LITERATURA INFANTIL ECUATORIANA: ELSY SANTILLAN FLOR
FANTASMAGORICA AVENTURA
DEL GRUPO 21
Hay música
en el viento y en la brisa también.
Hay música
en el sol, cuando parte,
en la tibia tarde,
y en la flor que nace
por primera vez.
(Canción: La música de Patrick Juvet)
Y en una isla bajo el sol
donde nadie pueda ver
tirar las penes y el dolor
a las olas del mar.
(Canción: Río verde de Los Iracundos)
Aunque luzcan poderosos,
ninguno de nuestros fantasmas resistirá
a que les sostengamos la mirada.
(Albert Hoffmann)
“Los monstruos son reales y los fantasmas también,
viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan”
(Stephen King)
PRIMERA PARTE
La banda de pop
Éramos una banda de pop.
Éramos siete y cada una decía valer por tres.
Éramos siete amigas de catorce años, todas compañeras de colegio, de deberes, de llamadas telefónicas, de fiestas, de presentaciones escolares con nuestra banda, hasta que tuvimos la genial idea de compartir una gran aventura.
Éramos siete y nos llamábamos el Grupo 21.
Desde el inicio nuestra amistad fue maravillosa.
Era octubre del 72, y siete muchachas habíamos ingresado a un colegio de monjas, y daba la casualidad de que todas veníamos de otros colegios.
No nos conocíamos, pero ocupábamos bancas juntas en la clase, supongo que estaríamos algo temerosas, pero empezamos a conversar entre nosotras dando inicio a nuestra amistad.
La primera semana de clases en el nuevo año, descubrimos que teníamos en común muchas cosas, y así mismo supimos que había algo superior a todo, que nos uniría por el resto de la secundaria.
Estábamos en el patio inmenso del colegio en una hora de recreo.
Llamó mi atención una casa extraña que estaba en la calle trasera.
Era amarilla, grande, tenía algo de jardín y una palmera. Si vivía en la zona ¿Por qué no la había visto antes?
Me quedé mirándola sin pestañear por breves segundos.
Era muy bella.
¿Cómo será su interior? ¿Quiénes viven allí? pensé momentáneamente, mientras una extraña fascinación formaba un puente, entre aquella casa y yo.
Cuando volví a la realidad, mis amigas estaban conversando de música y mientras lo hacían, descubrimos una asombrosa y bella certeza.
Fue Teresa quien empezó.
Dijo que el canto era su pasión, Lina la quedó mirando y contó que tocaba el bajo, ante esto Mónica y Elizabeth dijeron que la guitarra eléctrica era su vida los fines de semana. Ivonne comentó que la batería era lo suyo, mientras yo (que me llamo Soledad) confesé lo que había pensado ocultar por siempre, que el piano y los teclados eran parte de mi mundo, desde los seis años.
Todas miramos a Yaz mina y ella dijo que sabía bailar muy bien y que mientras lo hacía, podía acompañar al grupo con maracas, triángulos y panderetas.
Teníamos los instrumentos musicales en nuestras casas, todas recibíamos clases los fines de semana y todas sentimos recorrer por nuestra piel la necesidad de formar una banda y hacernos famosas en nuestro colegio, y en los colegios amigos.
En varios recreos y en cambio de hora de clases, dábamos forma a nuestros planes.
Dos semanas después estaban listos.
Ensayaríamos los fines de semana en mi casa, pues el piano era difícil de ser transportado, ya que se podía desafinar.
En casa había una habitación grande que mi madre solía llamarla cuarto de los cachivaches, y allí se trasladaría el piano.
Nuestros profesores de música dirigirían la banda y debíamos ensayar los fines de semana.
Prometimos hacer nuestras tareas el día viernes hasta la media noche, a fin de estar listas y libres para el sábado. Hablaríamos con nuestros padres y les expondríamos los planes.
En mi caso personal, la idea fue tomada por mi madre como muy buena. Me dijo que me apoyaría en todo y agregó que al famoso Cuarto de los cachivaches ella estaba pensando en restaurarlo y convertirlo en un cuarto de música.
Los padres de mis amigas estuvieron de acuerdo a medias.
Algunos condicionaron a sus hijas a ser buenas alumnas y a no tener problemas a finales de año. Ellas así lo prometieron. Y lo que sí fue terrible para todas: cero fiestas y cero novios.
¡Estuvimos de acuerdo!
Afortunadamente ninguna tenía un enamorado y las fiestas podían esperar.
La semana siguiente mamá arregló el cuarto de los cachivaches conjuntamente con MeryDory, que era una buena mujer que trabajaba en nuestra casa por más de veinte años, y Raquel, amiga suya.
MeryDory en realidad se llamaba María Dolores. Cuando era muy chica y empecé a hablar, le había llamado así. Quedó con ese apodo para siempre.
La tarea de mamá consistía en abrir algunas cajas y revisar el contenido a fin de saber cuál sería el destino de lo allí guardado.
Muchas de las cosas que se encontraron fueron a la basura y otras obsequiadas. El día viernes llegó Segundo, el esposo de Mery, quién recompuso y pintó las paredes.
Cuando la habitación estuvo despejada estaba totalmente irreconocible. Mamá puso en ella el piano, en la ventana unas lindas cortinas y en las paredes unos cuadros hermosos. Se adecuó un antiguo escritorio y se pusieron algunos asientos.
El siguiente sábado llegaron todos puntuales a las 9 de la mañana.
Los tres profesores que teníamos se habían conocido y eran amigos, por lo que todo fue más fácil.
Ellos decidieron estar con nosotras un mes, y luego solo uno de ellos se quedaría.
Fue escogido para quedarse Otto, mi profesor de piano, que era un músico admirable, pues tocaba muchos instrumentos y tenía un oído prodigioso.
Las cosas sucedieron tal y como se esperaban.
Transcurrió el mes. Los dos profesores se despidieron de nosotras y quedó Otto. Nuestras lecciones fueron estupendas. Aprendimos muchísimo y según nos decía, éramos alumnas aplicadas.
En medio de todo esto llegaron las Fiestas de Quito, la Navidad y el Año Nuevo. Pero pese a todo encontrábamos la oportunidad para practicar nuestras canciones.
En enero llegó lo esperado.
Un colegio amigo invitaba a los colegios de la ciudad a participar en un Festival intercolegial de música, para el día viernes 24 de marzo, es decir dos meses más tarde. Las inscripciones se hacían los días 21 y 22 de febrero.
Habría un solo colegio ganador, el cual grabaría un Long play de 45 revoluciones, con cuatro canciones, como premio.
Lina y yo fuimos las encargadas de realizar la inscripción.
La razón era muy simple, ambas vivíamos muy cerca y nuestras casas estaban a pocas cuadras del colegio que promocionaba el Festival, así como del nuestro.
Recuerdo que llegamos un lunes 21 de febrero, unos minutos antes de que se terminaran las clases en ese colegio.
Teníamos que caminar por la calle que quedaba detrás de nuestro colegio y seguir unas cuatro cuadras en línea recta para llegar a nuestro destino e inscribirnos.
Cuando estábamos en la calle detuve a Lina por unos segundos y le enseñé aquella casa.
_ Mírala, dije.
_ Es viejísima, respondió, _ Parece que está deshabitada.
_ Mirémosla, propuse y nos detuvimos por unos segundos delante de ella.
_ ¿Quiénes serían sus dueños? Comenté a Lina.
_ Alguien con dinero, fue su respuesta y agregó _ Posiblemente se murieron y la casa quedó ahí. Si la miras bien tiene un estilo distinto a las casas modernas.
_ Claro, respondí, _ Es construcción antigua, pero es muy linda. Debió haber sido señorial cuando estuvo nueva.
_ Supongo, respondió _ Pero vamos ya.
Por unos segundos me quedé ahí contemplando a aquella casa desolada y enigmática.
Construida en un solar esquinero, la casa amarilla detrás del colegio, tenía dos pisos de construcción. En tres paredes se exhibía las cabezas de reptiles en piedra tallada, y un arco del mismo material adornaba la puerta principal.
Poseía un jardín grande pero absolutamente descuidado; se veía una pileta rota, algunas ventanas tenían forma de arco y otras eran rectas, casi todas tenían los vidrios trizados y en pocas se distinguían pedazos de cortinas que colgaban mustias; una chimenea sobresalía en uno de sus techos altos.
En la parte trasera se veía otra construcción más pequeña, posiblemente una bodega y daba la impresión de que había más jardín detrás. Desde donde estábamos no se distinguía bien.
_ Claro Lina, dije y apresuré el paso.
Cuando llegamos, nuestros uniformes nos distinguían claramente, de qué colegio éramos.
Fuimos objeto de las miradas de los estudiantes, la gran mayoría de ellos llevaba el pelo largo. Cuando nos inscribíamos en una salita que estaba en el primer piso, apareció de repente un temblor en mi mano.
Mi cara estaba tranquila, ¡Pero mi mano… ¡
Aquella salita habían dos butacas grandes de cuero caoba y una mesa central con un arreglo pequeño de flores, algunos cuadros religiosos en las paredes y la bandera del colegio en una esquina.
A un lado una pequeña mesa donde estaban tres alumnos, quienes eran los encargados de la inscripción.
Lina estaba junto a mí y no dijo ni una palabra. Tenía un poco de rubor en su rostro y miraba a cualquier lado, menos a los chicos.
Cuando supieron que éramos siete integrantes de la banda, un silbido brotó de uno de ellos.
_Deben ser magníficas, nos dijo, en tono de coqueteo amistoso.
Lina y yo, no dijimos nada.
_ Nenas, dijo otro, ¿Les comió acaso su lengua el ratón?
_ Seremos las ganadoras, dije, mientras lo miraba.
_ Qué bien, respondió el muchacho, _ ¡Esa es la actitud!
_ No es actitud, es certeza, respondí con una sonrisa.
Vi al chico sonrojarse y aproveché para preguntarle:
_ ¿Podrías enseñarnos el lugar donde será el Festival intercolegial?
_ Claro, respondió. _ Síganme por favor.
Nos condujo por un largo corredor que salía a un patio grande.
Subimos por otras escaleras y llegamos a otro corredor, más pequeño, que terminaba en unas puertas inmensas.
_ Aquí será, dijo, _ Es nuestro Salón de Actos que está cerrado, por ahora.
_ Gracias, dijimos Lina y yo al unísono.
Regresamos por donde vinimos. El chico se quedó en aquella salita y nosotras alcanzamos la salida de ese colegio.
Ya en la calle empezamos a reír a carcajadas y la verdad que no sabíamos la razón.
Recuerdo que nos mirábamos y las risas estridentes volvían.
Tranquilizarnos era una misión imposible.
Al llegamos a nuestras casas la calma empezó a volver. Más tarde Lina y yo hablamos por teléfono y confesamos que estábamos tremendamente nerviosas.
En medio de esa conversación reconocimos que habíamos empezado a sentir sensaciones rarísimas de miedo e inseguridad, luego de mi afirmación de que ganaríamos. Sin embargo prometimos no decir nada de esto al Grupo 21.
Un poco más tarde el resto de amigas ya sabían que estábamos inscritas y que ahora más que nunca debíamos prepararnos para la presentación. Lina y yo nos dividimos para llamarlas por teléfono y darles la buena noticia.
Tres semanas después habíamos aprendido cinco canciones, por lo que podíamos interpretar cualquiera de ellas.
Entre las bases del concurso del festival de música, se decía que debían ser dos canciones por colegio. Estábamos demasiado bien.
_Una tercera, por si acaso, dijo Otto sonriendo.
_ ¡Seremos las ganadoras!, volví a decir.
Los dos meses pasaron tan lentos, o al menos así nos parecía a nosotras. Llegaron los exámenes, las pruebas flash, las tareas; y los fines de semana las clases de música, los repasos, la euforia.
De todo salimos victoriosas.
Un día viernes terminamos el último examen y fuimos a una fuente de soda del único centro comercial que había en la ciudad de Quito, se llamaba La Fuente.
Recuerdo que la mañana era preciosa, el cielo estaba azulísimo, el sol calentaba, la Avenida tenía poco tráfico y en el corazón estaba la sensación de haber hecho bien todo y de que el tiempo transcurría y la prioridad uno era nuestra banda.
Una orden de papas fritas y una banana split, fue nuestro premio.
Ahí hicimos más planes y conversamos sobre el Festival intercolegial que estaba por venir.
Y conforme el tiempo transcurría y luego de cada ensayo, nos sentíamos más seguras de nosotras y de nuestra manera de hacer música.
Otto estaba feliz y prometió acompañarnos al gran día de nuestra presentación.
_Desde el público estaré con ustedes, aplaudiéndolas, prometió.
Y así en medio de risas, de ensayos y de aprendizaje llegó el día 24 de marzo.
Ninguna de nosotras quiso que nuestros padres nos acompañaran.
Solo yo pedí a mamá que lo hiciera, pues ambas teníamos una conexión única. Mis padres eran divorciados. Él se había ido con su amante y punto. Mamá era todo para mí.
_Claro que sí, me dijo. _Es más, llevaré la cámara de fotos y tomaré muchas.
En el colegio anfitrión, que era solo de chicos, debíamos estar media hora antes de nuestra presentación.
Llegamos muy puntuales.
Elizabeth, Mónica y Lina traían sus guitarras y el bajo. En pocos minutos más llegamos Ivonne, Yazmina, Teresa y yo.
Dos chicos muy simpáticos nos hicieron entrar a una clase que estaba cercana al Salón, y que estaba llena de chicos y chicas, mientras nos decían que debíamos esperar nuestro turno.
Ambos nos dijeron que habían sufrido un retraso desde el principio y que teníamos cuatro bandas delante de nosotras. Las personas que allí estaban eran los integrantes de aquellas cuatro bandas que faltaban, era más que obvio.
Sabíamos que el Salón de Actos donde actuaríamos era inmenso. Ya lo vimos Lina y yo por fuera y era impresionante.
Estaba lleno de chicos y chicas de otros colegios que acompañaban a sus respectivas bandas, y había mucha gente parada arrimada a las paredes laterales. Además tenía un mezzanine o entrepiso repleto.
Desde el escenario las bandas debíamos interpretar las canciones con instrumentos ajenos a nosotras, salvo las guitarras y el bajo. Baterías y teclados estaban ahí.
_Tranquilas, nos había dicho Otto, _Sus instrumentos son iguales y ustedes los saben tocar.
Recuerdo que mientras esperábamos Teresa, dijo que había visto a Otto, entre las personas que se encontraban afuera.
Fue entonces cuando –por primera vez- me puse a mirar a mis amigas y sus vestimentas.
Todas, a excepción de Teresa e Ivonne, teníamos jeanes con bastas acampanadas, blusas con mangas anchas y collares, pulseras y aretes grandes y calzábamos con zapatos de plataforma.
Teresa e Ivonne llevaban minifaldas ceñidas al cuerpo y calzaban botas altas color blanco. Elizabeth y Mónica cargaban chalecos largos sin mangas y con flecos.
Teníamos poco maquillaje.
Recuerdo que las chicas que estaban con nosotros esperando su presentación nos miraban y yo pude ver que muchas de ellas, se parecían en vestuario a nosotras.
Desde nuestra posición mirábamos entrar y salir a las bandas.
Escuchábamos sus canciones lejanas y amortiguadas, pero ninguna se parecía a las que nosotras teníamos previsto presentar.
Transcurrieron 40 minutos de espera. Los chicos amables fueron a vernos y nos escoltaron por un corredor hacia el Salón.
El maestro de ceremonias nos anunciaba en ese momento.
Entramos tranquilas, parecíamos serenas, aunque la verdad que dentro de nosotras bullían los nervios.
Mónica, Elizabeth y Lina entraron primero, les seguíamos Ivonne, Yazmina, Teresa y yo.
Ivonne fue directamente a la batería y yo a los teclados.
Teresa ocupó el micrófono y Yazmina dejó en el suelo las maracas y agarró muy fuerte la pandereta.
Otros dos chicos del colegio anfitrión se encontraban en el escenario, e inmediatamente enchufaron las guitarras y el bajo a los amplificadores, mientras que ellas empezaron a probar los sonidos y volumen de sus instrumentos por un minuto, más o menos.
Mientras esto pasaba el público lanzaba silbidos, gritos y aplausos.
Yazmina era la encargada de contar hasta tres, y así lo hizo.
Inmediatamente el escenario se llenó con los sonidos de una canción de Los iracundos Río Verde.
Teresa empezó a cantar y el público que ya estaba emocionado, a emocionarse más.
Nuestro profesionalismo era único.
Estábamos tan bien sincronizadas entre nosotras. Los tres minutos que duró esta primera canción fueron decisivos.
La potente voz de Teresa se elevaba, ella bailaba y se movía por todo el escenario, el baile de Yazmina golpeando su pandereta fue muy bueno, las dos guitarristas y bajista se agitaban bien sincronizadas al compás de su música, e Ivonne desde su batería, al igual que yo desde los teclados, seguíamos con un leve movimiento de cuerpo, eso sí, perfectamente concentradas en lo que hacíamos.
Los aplausos fueron inmensos, al igual que los gritos y silbidos.
Pude ver que mucha gente estaba bailando al compás de nuestro Río Verde.
El corazón es un gitano, de Nicola di Bari fue nuestra siguiente canción.
Su ritmo algo lento aplacó los ánimos del público, pero los brazos de todos estaban alzados y se movían acompasadamente de izquierda a derecha.
Cuando terminamos y nos disponíamos a salir del escenario el público empezó a gritar que quería otra canción.
Y fue tanto el griterío que volvimos a nuestros puestos.
Yazmina que volvió a contar su un, dos, tres y el público enloqueció al escuchar La Música, de Patrick Jouvet, que tenía pocas semanas de aparecida.
Recuerdo que la gente calló por segundos pues querían escuchar la hermosa letra de esta canción.
Teresa más animada, por dos ocasiones, puso el micrófono hacia el público y apenas si fueron pocas voces las que coreaban.
Cuando terminamos, el público estaba enloquecido.
Gritaban el nombre de nuestro colegio por todo lo alto y los aplausos y gritos siguieron hasta que desaparecimos detrás de las cortinas del escenario, no sin antes ubicarnos una junto a otra para agradecer inclinándonos y enviar besos al público.
Finalmente nos retiramos del escenario con tres canciones presentadas y con el corazón latiendo a mil por segundo. Nos mirábamos entre todas y nos fundimos en un solo abrazo.
¡No lo podíamos creer! ¡Lo habíamos logrado! ¡Estábamos felices!
Cuando íbamos por el pasillo, Otto apareció emocionado.
Nos abrazó feliz y dijo que estuvimos maravillosas e impecables. Que para su concepto fuimos el mejor grupo.
Nos dirigimos al Salón y nos mantuvimos de pie entre la puerta de acceso y un hall. Estaba tan lleno que era imposible entrar. Muchas personas nos miraban con asombro y curiosidad.
Una delegación de estudiantes de nuestro colegio salió a abrazarnos y a mostrarnos el gran cartel que tenían.
Otto, nos invitó con unos refrescos que había llevado en su maletín.
Una hora después se terminó el Festival y la gente esperó doce minutos para escuchar el veredicto, pues solo un colegio sería el ganador.
Cuando regresamos al Salón, había menos gente, por lo que pudimos sentarnos en las últimas filas.
En esos momentos aparecieron mi madre y las mamás de mis amigas. No fueron los papás, pues se encontraban ocupados en sus trabajos.
Para mí fue la dicha mejor ver a mi madre y escuchar de sus labios y de las otras mamás, que nuestra actuación fue magnífica. Todas ellas agradecieron nuevamente a Otto, por su profesionalismo y dedicación.
No sé qué canciones presentaron los últimos grupos que vimos, ni de qué colegios eran. Yo me sentía en una nube, con la adrenalina a flor de piel.
Cuando el último colegio hizo su presentación, el griterío era fenomenal.
Por diez minutos se hacían barras, se conversaba a gritos.
Entonces el Rector del colegio anfitrión, subió al escenario.
Los cortinajes se cerraron y él quedó en primer plano. Tenía un papel en sus manos, pronunció unas breves palabras e inmediatamente procedió a leer el veredicto.
Recuerdo que me agarré de la mano de mamá, mientras el Rector hablaba.
Después y como a lo súper lejos escuché que el colegio ganador, éramos nosotras.
Me llegaban gritos de felicidad, todas, hijas y madres, saltaban felices, se abrazaban entre todas, solo yo, me quedé paralizada en el asiento. Me llegaban abrazos, besos, felicitaciones.
Me sentía como ausente, como si estuviera dentro de una nube y todo me llegara amortiguado.
Y con esa sensación dentro de mí, subí junto a mis amigas al escenario y ahí nos entregaron un trofeo dorado que consistía en una base con una guitarra, una batería y un teclado sobre ella.
Teresa lo recibió e inmediatamente lo elevó, mientras el público volvía a aplaudir y nosotras nos abrazábamos emocionadísimas en el escenario.
Hicimos subir a Otto y le presentamos como el responsable de todo.
Venían las fotos, los flashes se disparaban por decenas.
Todas posábamos besando al trofeo. Y nos entrevistaron para Revistas de otros colegios, así como del colegio anfitrión.
Largos minutos duró esta euforia.
Al salir, la emoción nos embargaba a todos.
Vi llorar a nuestras madres y ese día aprendí que también existen lágrimas de felicidad.
Al día siguiente los papás de Mónica nos invitaron a su casa con nuestras madres. Era una invitación a las cinco de la tarde.
Mónica tenía dos salas y como era de esperarse en la principal estaban las mamás, mientras que en la otra, que era más pequeña estuvimos nosotras.
La emoción seguía.
Teresa llevó el Trofeo y recuerdo que éste pasó de mano en mano, pues todas queríamos sostenerlo y a todas se nos pasó la idea de llevarlo a nuestras casas y tenerlo con nosotras por lo menos un mes.
Esta idea pasó a ser solo idea, puesto que nuestras madres decidieron entregarlo al colegio, para que pase a ser parte de una gran colección de otros trofeos que allí había.
_Los trofeos son deportivos, dijimos.
_Este es el único musical y se exhibirá en un lugar muy especial, nos respondieron.
Nuestras madres en el transcurso de aquella reunión habían previsto nuestro futuro.
En primer lugar íbamos a grabar un Long play con cuatro canciones, porque ese era el premio.
Eso significaba que seríamos por todo ese año muy famosas entre el resto de colegios y nuestra banda sería invitada a muchos compromisos escolares y a fiestas.
Gracias a esto podríamos cobrar dinero por horas de trabajo. Dijeron que el dinero iría a parar a una cuenta bancaria y serviría para nosotras y para nuestros gastos.
Lo preocupante eran nuestros estudios.
Todas estaban de acuerdo en que nuestras notas iban a bajar.
Nosotras les respondimos que habíamos demostrado que nada de eso había pasado y que seguiríamos con nuestro ritmo de estudios y trabajo.
Luego de una larga conversación al respecto, aceptaron, pero condicionándonos a ser buenas alumnas.
Una semana después de nuestra presentación, un periódico local publicó nuestra foto y la noticia de que siete chicas de catorce años, con estudios musicales desde pequeñas, habían ganado el Festival de la canción intercolegial.
Las autoridades de nuestro colegio pusieron este artículo y fotos nuestras en el periódico mural.
Nos convertimos en un fenómeno.
Inmediatamente un periodista de farándula fue a nuestro colegio y nos entrevistó.
Por primera vez dijimos que nos llamábamos Grupo 21.
Dos semanas después otro colegio celebraba sus fiestas patronales y nos invitó a ser parte de ellas, en su Sala de Actos.
Lo nuevo fue que en la batería de Ivonne un rótulo redondo de plástico grueso, decía el nombre de la banda.
Fue un éxito también y las cuatro canciones que interpretamos nos salieron excelentes.
Dos amistades de los padres de Yazmina y Teresa, nos contrataron para que amenicemos dos enormes reuniones familiares.
Así mismo, se quedó en grabar el disco para el mes de agosto en la segunda semana. El colegio anfitrión tenía la última palabra en esto y debíamos acatar todo.
En nuestro colegio alcanzamos admiración por parte de todo el alumnado.
Nos propusieron animar dos horas en una mañana deportiva que estaba muy cerca.
Otto y nosotras tuvimos que hacer un trabajo increíble por algunos días, pero todo salió perfecto.
En aquella mañana deportiva, nos fue de maravilla.
Tuvimos una cantidad inmensa de público y estrenamos ocho canciones más. Fueron un total de diez canciones, que estaban de moda, las que presentamos para alegría de todos.
Fue muy bello ver como todos bailaban y los éxitos de los cantantes y grupos de moda internacionales, eran perfectamente interpretados por nosotras.
Atar un lazo al viejo roble, Quiero gritar que te quiero, Voy a pintar las paredes con tu nombre, La playa, el sol, el mar y el cielo. Pototitos, Estuve enamorado, Adiós chico de mi barrio. Sugar, sugar se escucharon por dos horas, a más de las canciones con las que ganamos el festival intercolegial.
Y los estudios de colegio y de música continuaron, así como las presentaciones.
Empezamos a ir a fiestas, unas veces como banda, otras como invitadas. Unas ocasiones nos pagaban y otras no.
En realidad no esperábamos ganar dinero, era el puro gusto de interpretar.
Habíamos decidido no comprar mucha ropa para nuestras presentaciones. Todas teníamos los infaltables chalecos de flecos, jeans, botas, suecos, blusas campesinas, minifaldas, faldas largas y punto.
Las sabíamos combinar y siempre estábamos bien.
Nos decían que debíamos maquillarnos, pero en verdad era muy poco el maquillaje que usábamos y nos sentíamos muy cómodas con él. Lucir más, no era nuestra prioridad.
Y como era de esperarse conocimos a una gran cantidad de amigos y amigas.
Cuando finalizó ese año como lo prometimos, no tuvimos problema alguno en notas, teníamos unos ahorros en el banco y enormes ganas de grabar el sencillo prometido.
Cuando llegó agosto y tal como se nos dijo fuimos al mejor estudio de grabación que había en la ciudad.
Nos acompañaron mi madre, Otto y los padres de Lina.
Estábamos algo nerviosas, pero Otto nos dijo con su mejor tono de voz, que no debíamos temer nada.
En la década de los años 70, las bandas grababan tocando en directo en el estudio.
Nos hicieron entrar a todo el grupo a una sala grande, completamente aislada de cualquier ruido exterior, donde se encontraba una hermosa batería y unos teclados muy similares a los que yo tenía.
Las demás amigas habían llevado sus guitarras, su bajo, pandereta y maracas. Junto a esta sala estaba una cabina de vidrio que era la consola de grabación y la persona encargada de manejarla.
Entre esa persona y nosotros había un vidrio y nos pidió estar atentas a los movimientos de su mano, ya que nos indicaría cuando comenzar con cada canción.
Nos indicó también que si en el transcurso de una canción fallaba algún instrumento, nos ordenaría detenernos inmediatamente para empezar de nuevo.
El proceso de grabación fue largo y luego de cuatro horas Río verde, de Los Iracundos, El corazón es un gitano, de Nicola Di Bari, La música de Patrick Juvet y Si me ves volar, de Los tíos queridos, estaban terminadas.
Estábamos cansadas pero felices, con una sensación maravillosa en nuestro ser.
Abrazamos a Otto, despidiéndonos por unas pocas semanas, no sin antes fijar la fecha que comenzaríamos clases con él.
Decidimos ir al centro comercial.
Nuestros padres aceptaron.
El auto de los papás de Lina era grande, por lo que entramos todas, incluidas mamá y yo.
Antes de llegar a nuestro destino, el papá de Lina hizo una pequeña parada en una calle que quedaba detrás de nuestro colegio y precisamente a dos casas de la casa amarilla.
Creo que esa era la motivación que necesitaba para decir de una vez por todas, una idea loca que me venía rondando, desde el primer día que entré a ese colegio.
Supe que debía hablar de una vez.
El papá de Lina se bajó del auto y yo miré a la mamá de Lina y a mi madre en gran conversación, a las amigas con gesto de cansancio acomodadas en los asientos del auto.
Entonces señalé a la casa amarilla detrás del colegio, y lo único que dije fue:
_ ¡Miren!
Vi las miradas de todas mis amigas puestas sobre ella y no descubrí en ninguna, nada especial.
_ ¿Qué les parece? Pregunté.
_ Que es una casa vieja, respondió Mónica.
_ Asquerosamente horrible, dijo Teresa _ Todos los días la veo desde nuestra clase.
_ Pero…, balbuceé.
_ ¿Por qué te gusta tanto esta casa? Preguntó Lina sonriendo.
Todas me miraron sin entender nada.
Me molesté sola, y en ese momento el papá de Lina entraba al auto.
Llegamos al centro comercial.
Los papás de Lina y mamá nos llevaron directamente a La Fuente, ocupamos una de las mesas finales y pedimos sánduches enormes y refrescos de naranja. Una mesa nos dejaron a nosotras, y otra la ocuparon ellos.
Lo único que hacíamos era hablar y rememorar frenéticamente lo que veníamos realizando en el estudio de grabación.
Lejos de ponerme feliz, empecé a molestarme.
Sentía que una sensación opaca me recorría entera.
No me importaba haber grabado un sencillo con cuatro canciones, tampoco me interesaba el siguiente año, en realidad quería hablar y ninguna había entendido mi ansiedad.
Luego de los sánduches y el refresco salimos de allí y empezamos a recorrer el centro comercial.
Mamá y los padres de Lina fueron por un lado y nosotras por otro. Dijeron que en una hora nos encontraríamos en el auto.
Recuerdo que mientras caminábamos y mirábamos almacenes de ropa, algunas chicas nos saludaron y un grupo de tres muchachos, también.
Los reconocimos a todos.
Las chicas eran de nuestro colegio y ellos, del colegio anfitrión.
_ Miren, dijo Yazmina, _ ¡Nos reconocen!
_ Y seremos más reconocidas si me escucharan, dije en tono molesto.
_ ¿Qué tienes? Me preguntaron al unísono.
Entonces, con mi mejor tono de voz, y poniendo énfasis en cada palabra que pronunciaba, fui explicando la idea que tenía pensada proponer desde que empezamos con la banda.
Al final y luego de una gran discusión que no duró ni veinte minutos, y donde cada una expuso su punto de vista, el Grupo 21 por unanimidad, aceptó la idea, no sin antes decirme que era tenebrosa.
_ Claro que lo podemos hacer, dije con fastidio. _ Nada va a pasarnos.
_ Es verdad, acotó Ivonne, _ Si nos hemos presentado ante tanta gente, ¿Por qué no podemos hacerlo si estaremos las siete?
Quedamos en hacer realidad a la famosa idea, la última semana de vacaciones
Juntamos nuestras manos en un solo puño y dije con inmensa seriedad:
_ ¡Somos siete y cada una vale por tres! ¡Lo haremos!
_ ¡Lo haremos! Corearon todas.
_ Diremos a nuestros padres que vamos a pasar aquí mismo, dije.
Sería el día jueves 21 de septiembre, ya que el lunes 2 de octubre volvíamos a entrar al nuevo año escolar y el sábado 7 de octubre, Otto empezaría nuevamente con las clases.
_ ¡Será un veinte y uno para el Grupo 21! Dijimos y reímos felices.
Los últimos minutos en el auto de los padres de Lina solo hablamos del nuevo año, de las nuevas presentaciones que estábamos seguras habrían, y de los lugares a los que posiblemente iríamos en el verano.
Al despedirme de Lina la abracé con cariño y en voz muy baja le repetí:
_ Jueves 21 no te olvides.
_ ¡Que tienen el 21? Preguntó el papá de Lina.
_ Volveremos a La Fuente, respondí con mi mejor sonrisa.
_ Niñas, van a engordar, dijo a manera de broma la mamá de Lina.
Nos despedimos en medio de risas.
Ya en casa mi madre dijo que sería bueno acostarnos temprano, pues había sido un día repleto de emociones.
Y esa noche antes de dormir, mis pensamientos estaban en la satisfacción de haberlas convencido.
¡Entraríamos a esa casa amarilla detrás del colegio!
Sabríamos como es por dentro.
Allí no vive nadie, siempre está cerrada y el jardín estaba extremadamente crecido. Y lo mejor de todo: sería nuestro secreto por el tiempo que faltaba para vernos.
Una semana después, Elizabeth me llamó para decirme que había pasado por esa casa con sus padres, ya que tenían que hacer algo en el sector.
_ No son cabezas de reptiles, dijo _ ¡Son gárgolas! pero de todas maneras iremos.
Cerró el teléfono de golpe. En su casa estaba prohibido hacer llamadas.
Inmediatamente fui a la biblioteca para consultar en los diccionarios lo que significaba esa palabra.
Largo tiempo después tenía frente a mí cuatro diccionarios, y varios libros que hablaban sobre historia de las civilizaciones.
¡Ya sabía lo que era una gárgola!
Mi corazón estaba acelerado y solo quería que llegue volando el 21 de septiembre.