LITERATURAS DEL SUR

Por Fabio Martínez

En una ocasión, mientras viajaba con Eduardo Delgado a presentar en San Juan de Pasto su novela sobre el mariscal Sucre, el avión en el que viajábamos se detuvo por una hora en el aire, esperando a que la espesa niebla que cubre la cordillera de los Andes se compadeciera de nosotros y nos dejara un espacio libre para poder aterrizar en el aeropuerto de Chachagüí.

El vuelo parecía un viaje fantástico. Un viaje al fin del mundo, como afirmaría Julio Verne. En aquel periplo hacia el sur del país, comprendí que es más fácil llegar a Tombuctú que a Pasto.

Aquella lejanía geográfica entre el centro y el sur del país no solo era física. Era también cultural. Y esto, por varias razones. La primera, porque Colombia, en pleno siglo XXI, continúa siendo un país centralista.

La segunda razón se debe a que desde los albores de la independencia, los pastusos no apoyaron la causa libertadora y con Agualongo a la cabeza le confiaron lealtad al rey de España.

Luego, el historiador Luis Rafael Sañudo, que fue el primer novelista nariñense, publicó Estudios sobre la historia de Bolívar donde revela las tropelías del libertador por las tierras del sur. Este libro contribuyó a que se creara aquel clímax de prevención contra los nariñenses. Libro en que se basó el autor Evelio Rosero para escribir su reciente novela, La carroza de Bolívar.

Este pasado rebelde de los pastusos fue pagado caro. De ahí en adelante, los nariñenses fueron objeto de burlas y discriminación por parte de un país que vivía las mieles de una liberación inconclusa.

Como a los gallegos en España, a los nariñenses se los tildó de ‘tontos’, sin comprender que un pastuso, detrás de su profunda timidez, es más vivo que un paisa.

Se les inventaron cuentos y relatos, y así surgió una mitología popular sobre ellos hasta el punto de que para poder defenderse del embate de todo un país ellos mismos eran los creadores de sus cuentos.

El único escritor de Nariño que ha sido reconocido por el ‘canon’ de la literatura colombiana es el poeta Aurelio Arturo, autor de Morada al sur. Los demás descansan en el reino del olvido.

El caso patético de exclusión ha sido el poeta tumaqueño Guillermo Payán Archer, autor de La bahía iluminada, cuyo centenario de su nacimiento se cumple este año. Payán Archer no solo fue ‘ninguneado’ por el centro, sino también por sus propios paisanos.

Menos mal que hoy las distancias entre la sierra y el mar comienzan a borrarse, y los escritores del Pacífico sur, como Aníbal Arias, Ligia Vonblon y Moro Manzi, comienzan a hacer parte de la cultura de la región.

A propósito de la literatura de Nariño, Jonathan Alexander España la define como una literatura inasible. La académica y escritora Cecilia Caicedo, por su parte, nos habla de “un rezago literario o apego a formas ya superadas, con algunas excepciones”.

Yo prefiero hablar de una literatura que ha estado encerrada en un baúl, como si fuera una caja de Pandora.

Después de Aurelio Arturo y Payán Archer, los dos autores emblemáticos del sur, felizmente el baúl de la literatura nariñense ha comenzado a romper sus oxidadas bisagras con excelentes autores como Vicente Pérez Silva, Lydia Muñoz, Carlos Bastidas, Juan Revelo, Karolina Urbano, Jenny Tenorio, Arturo Prado Lima, Martha Cecilia Ortiz, J. Mauricio Chávez, Nila del Socorro Castillo, Arturo Bolaños y Édgar Bastidas Urresty.

EL TIEMPO
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