UN RELATO DE JUAN MARES

Juan Mares (Seudónimo de Juan Carmelo Martínez Restrepo). Quebradaarriba, Guatapé, Antioquia, 1951. Licenciado en Español y Literatura por la Universidad de Antioquia. Poeta, ensayista y cuentista. Desde 1968 vive en Apartadó, Docente Jubilado por el municipio de Apartadó. Ganador del Primer Concurso Regional de Poesía del Gran Urabá. Fue director de La Casa de la Cultura de Apartadó. Monitor de Literatura en la Biblioteca Pública. Promotor de lectura en el caribe antioqueño y chocoano. Promotor de literatura 2017, en el convenio Municipio de Apartadó y la Corporación Rosalba Zapata Cardona; Consultor literario Instituto de Cultura Y Ciudadanía del municipio de Apartadó 2021. Miembro fundador del Taller de Escritores Urabá Escribe y de la revista Kalu. Ha sido profesor de cátedra externa en la Universidad de Antioquía (Sede Urabá), Luis Amigó y Universidad Cooperativa de Colombia.

 MAMÁ CANDÓ

                                                                                              “LA SABIDURÍA GRITA EN LAS CALLES,     

                                                                                                                 EN LAS PLAZAS LEVANTA SU VOZ”.

                                                                                                                                 PROV.1, 20. Según, Salomón.

Mamá Candó, de muchacha, se recorrió media patria, y así se transformó en un jolón de consejos para los suyos.

La sabiduría de Mamá Candó fluía como la savia por el corazón de las plantas.

Cuando Mamá Candó se embriagaba con el verdor de las cosechas, era una lluvia de gestos con el iris de las palabras que nacían en la cascada de su boca de múcura de chicha de piña, y se le oía decir: “Er guandú da una flo quej sonrisa der só. Lo siembran en loj curtivoj contra er mar de ojo. Da unaj semillaj como lágrima der só. Sibve pa prepará unoj mote que te da maj luj en loj sojoj”.

Otras veces decía: “En rancho der montuno que no farte  totuuumo. Un chócoro de totuuumo no puede fartá en la piedra de jamolá. Cocina sin chóoocoro ej ruina der flooojo.”  A un muchacho descarriado le recomendaba: Cría juiiicio muchaaacho. A mí también me dio la mijma pataleta de pelá. A vecej se pasa bueno y a vecej se pasa má. Jacta  guayaba que vaj tené que comé, ya que mae natura da fruta pa? Toj suj pajaritoj, pero trabaja pa’ que no te vaj dejá morí de jambre y no tengaj que robá lo que no te ja ganao y vay te den de paloj que te jaga morí maj magullao que güevo de iguana en guinda”.

A Mamá Candó la evoco de tarde en ratos a ritmo de pájaro carpintero-tamborilero en el globo del corazón de las cosechas, los fandangos y los velorios de las comarcas. Mamá Candó era todo ese mundo de vida, ritmo y melancolía.

“Ar pato no le da pepita cuando come arroj sin pilá”–me decía Mamá Candó.

“Ja laj gallina y pavo jay que dejpepitá si comen mucho arroj sin pilá, pocque o de no lej da barcilla y se te pueden morí.”.

Mamá Candó ponía al servicio de la comunidad su sabiduría milenaria de bruja buena. Le calmaba melindres a la joven vecina que se confundía cuando no sabía cómo ligar las yucas, el plátano o el arroz; cuando no había carne, ni huevos, ni pez.

Le decía: “Der cogollo de yuca se hace ensalá y en tiempoj e’ mayo, en loj quemao, sale una matica de coló rojo poél envej; le dicen cacgamanta o bleo je´pueco, y ej una ejpecie de jejpinaca. Da una ensalá pa’ chupadse toj loj deo”. Y seguía: “Muchaaacha, siembra ají y dile a tu mario que siembre cooco y mira, la papaya viche, ej como la calabaaaza de sabrooosa, lo mijmo quer cogollo de la iraca. N o te encalambuquej mi muchaaacha, er caracó de agua durce sabe a molleja de gallina y dile a tu mario que la iguana también sabe a gallina, bien prepará”.

Y mamá Candó daba consejo a  las muchachas nuevas sacándoles piojos ficticios o reales de sus martas de pelo.

“Piiila y camiina muchaaacha cuando ejté prená y no tengaj problemaj cuando vayaj parí.”  Y afirmaba: “Cuando no jay maij ni arroj, er comején sibve pa’ levantá animá.”

Si Mamá Candó se ponía a ponderar las cosas bellas que en su trasegar había conocido, siempre remataba con esta frase: “Y no er na er decirlo aquí sino er dí y verlo allá”.

También decía Mamá Candó que el anamú es un cadillo que sirve  para espantar los muertos, haciendo sahumerios en las cuatro esquinas de los ranchos; y que de igual forma, las hojas del matimbá sirvan para espantar la muerte. De esa manera hacía diferencia entre los muertos y la muerte.

El matimbá es un árbol que da una fruta parecida a la guanábana que se parece a la fruta de pan y se parece al pan de dios.

Mamá Candó hablaba de las delicias del borojó como potencia para los hombres débiles y que es una fruta que le gusta al morrocoy y que el toloncoy es una variedad de borojó, más pequeño y de más semillas pero menos afrodisíaco que el borojó.

Sin saber Mamá Candó que el árbol de borojó pertenece a la familia de los cafetos decía que con las semillas tostadas se molían y se hacía un café que engolosinaba el paladar.

“Er borojó tiene toda la magia de la serva”.

Y así era Mamá Candó.