Patricio Madera Mac-Kilrroy, también conocido como Pato Madera, es un pintor y muralista chileno nacido el 31 de diciembre de 1949 en la ciudad de Valparaíso. Su niñez transcurre en la ciudad porteña, Temuco y Arica.
Reconocido por sus pares como uno de los fundadores del movimiento muralista Brigada Ramona Parra (BRP) el año 1969. En 1974 debe dejar Chile y partir hacia el exilio en Europa. Retorna definitivamente el año 1989.
De formación autodidacta, su acercamiento con el arte plástico parte de su labor propagandística como jefe nacional de las BRP en 1969, año de la campaña que llevaría a Salvador Allende al poder. Este es el punto de inflexión que le permitiría acercarse y trabajar junto a su principal referente, Roberto Matta, connotando pintor surrealista chileno.
Durante su fructífera trayectoria desarrolló numerosos talleres artísticos en universidades de Chile y Europa entre las que se destacan la Universidad de Utrecht (Países Bajos, 1977), Universidad de Uppsala (Suecia, 1985), Universidad Patrice Lumumba (Rusia, 1987) y la Universidad de Chile (Chile, 2014). Su más reciente taller educativo corresponde al efectuado en la Escuela Santa Cecilia de Osorno en agosto de 2014.
Entre 2013 y 2014 participó en diversos encuentros latinoamericanos de muralismo. Primero, en el denominado “Encuentro Internacional de Muralismo” en el municipio de Nezahualcóyotl (México D.F) en 2013 y 2014.
Otra jornada muralista de relevancia corresponde a la invitación del Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia para la realización de un mural colectivo con pintores bolivianos en la sede de la Cancillería en La Paz, Bolivia (2014).
Entre los murales elaborados en Chile por Pato Madera destacan el mural en homenaje al centenario de Pablo Neruda en Isla Negra (2004) y el de conmemoración a los 100 años de la matanza en la Escuela Santa María de Iquique (SEREMI de Educación, región de Tarapacá, 2007).
El universo que plasma la pintura de Patricio Madera tiene la propiedad misteriosa de mostrarnos el alma de la tierra, sus hijos, sus dolores y pasiones. Y del pintor, en toda su extensión y sencillez, su papel de testigo lúcido de esa vida que vibra en lo recóndito de esa tierra. Cada trazo desmenuza un universo que anda entre la gente, que va y vuelve a través del camino de los ojos que llegan al alma más profunda, esa que se pierde en los intersticios de la historia americana tantas veces acallada, tantas veces humillada y tantas resucitada por sus pueblos.
Hay una vinculación vernácula y un grito que se desprende de esos cabellos verdes y una fuerza irremediable en sus animales brutales y decididos. Y una oscuridad que grita en las secretas geometrías que nos recuerdan el origen común, y el destino incierto. Y hay un trino infinito de organillos, cañas de la altura misteriosa, cuerdas de metal olvidado y el ronco refulgir del tambor ancestral. El pintor recuerda con sus trazos lo que le viene de la sangre primera, lo que se arrastra de los tiempos oscuros de la historia silenciada, del amor liberado entre los habitantes anteriores al oropel y al miedo.
Viene con su tranco de colores y texturas arreando matices que no son extraños para la gente sencilla. Se arremolina entre las calles polvorientas de los pueblos olvidados, renace con furia en las luchas de los humillados y canta las victorias antes que el viento se las lleve. Hay un oficio de lucha en esas manos duras y una vocación de ser humano en sus artilugios y misterios. Es la vida que busca su destino entre los destellos de la música que emerge de los colores de todas las cosas.