Foto composición de Nubia Elena Flórez

¿Acaso nosotros dos no estamos escribiendo un ensayo filosófico virtual que, guardadas las proporciones, continúa en la tradición de los Ensayos de Montaigne?

Iván Rodrigo García Palacios

Escribe / Jaime Flórez Meza – Ilustra / Stella Maris

Conocí a Iván Rodrigo García Palacios (Medellín, 1945 – Ibídem, 2021) a través de mi amigo y colega Abelardo Gómez Molina, que compartió con él un primer artículo que escribí en mi blog personal. Me escribió comentándolo y desde entonces (enero de 2013) mantuvimos una correspondencia ininterrumpida hasta el 29 de septiembre de 2021, cuando me informó que al día siguiente le sería aplicada la eutanasia. Nos pudimos ver solo dos veces: en marzo de 2013 y en noviembre de 2019, ambas en su casa en Medellín. Sin embargo, éramos de esas personas que parecían conocerse de toda la vida. Él, periodista de formación, estaba en “uso de buen retiro” (trabajó en el periódico El Colombiano, de Medellín, hasta jubilarse), como decía Abelardo. Yo, en uso del rango de “buen nómada y periodista cultural independiente” que, por entonces, vivía entre Ecuador y Colombia.

Iván Rodrigo García Palacios

Nos escribimos cientos de correos virtuales durante todos estos años. Pero no es la cantidad lo que aquí interesa; sus correos eran piezas literarias y filosóficas, y durante ese tiempo construimos una amistad muy especial, epicúrea, como la nombrábamos por nuestra afinidad con el pensador griego Epicuro. Iván Rodrigo era, para decirlo de algún modo, un maestro de la epístola y la amistad. Su escritura y su vida eran una sola: vivía lo que pensaba y lo que escribía, y viceversa. Más que un humanista (palabra de la cual ambos desconfiábamos) era un pensador capaz de ver la naturaleza y la vida en su conjunto, y al homo-humano como parte de esa unidad, como una materia evolucionada de una manera particular; pero no lo hacía como un humanista antropocéntrico que confiere a nuestra especie una supuesta superioridad sobre las demás para alterar los ciclos vitales de la forma en que se ha hecho a costa de la naturaleza, con las consecuencias catastróficas que bien se conocen. A él le gustaba definirse, si acaso ello es posible, como un lector ludi, vocablo relativo a los antiguos juegos romanos (atléticos, circenses, teatrales). De ese latinismo se formó la palabra “lúdica” como sinónimo de juego; y, en ese sentido, lo que a Iván Rodrigo le interesaba y apasionaba era la lectura y la escritura como un juego; o, en otras palabras, el juego del leer, pensar y escribir. Eso era lo que hacía en su blog Lector Ludi, que inició en 2005 y mantuvo hasta 2019. Escribió y publicó ahí 172 ensayos sobre asuntos filosóficos, literarios y neurocientíficos, a menudo mezclando estas tres cuestiones. Y este juego erudito lo mantenía indagando permanentemente en su vasta biblioteca (su “torre de Montaigne”, como la llamábamos, en referencia a Michel de Montaigne, uno de sus autores predilectos) y en las bibliotecas digitales.

Epicuro. Imagen Cortesía

EL CUIDADO DEL “ALIENTO VITAL”

Desde un principio Iván Rodrigo me propuso, pues, ese juego. Me escribió una serie de cartas que él llamaba Autos de fe, como una manera de parodiar aquellos actos públicos inquisitoriales del medioevo. Como mi artículo iba de la obra del filósofo francés Michel Onfray, que él también había leído, la fe que él reafirmaba era en un pensamiento filosófico natural, inmanente, dionisíaco y vitalista, mientras que abjuraba del pensamiento metafísico, binario, apolíneo y racionalista instrumental. Así me lo dejaba en claro en su Auto de fe No. 1:

“Primero, a aclararme que son dos las filosofías: la una, la de la moral, esa que pretende dictar lo que debe ser el hombre y lo divide, lo escinde, lo disocia, lo aliena, lo enajena, en un cuerpo y un alma, para someterlo al poder de los dioses de todas las calañas, según las más intrincadas e imposibles dialécticas, lógicas, hermenéuticas, transcendentalismos que terminan devorándose la cola… paraísos e infiernos para engañar ingenuos (…). La otra, me acojo al nombre de ‘filosofía natural’, provisionalmente, que es la que indaga sobre lo que es el Homo-Humano, el de carne y hueso que siente y piensa. De esa filosofía nacen tanto todas las ciencias como esa medicina del ‘aliento vital’. Es esa que también me dice que soy un individuo único, indivisible, irrepetible, irreductible, que se hace a sí mismo y a su sí mismo desde la materia, ‘polvo de estrellas’ que emerge del caos y el fuego para organizarse, sentir y pensar y así generar a un individuo que anhela el infinito desde la finita carne que se hace y deshace entre sus manos y desde la infinita naturaleza de su espíritu que no es otra cosa que su Gran Anhelo: lo sagrado, lo heroico, lo trágico, lo cómico, lo erótico, de la condición humana. (…) Si bien la filosofía ‘academizada’ es un costoso producto sólo para elites, económicas e intelectuales, ‘la vida filosófica’ es un fruto silvestre al que puede acceder todo aquel que en amistosa compañía se aventure a explorar en libertad y sin temor por El jardín de Epicuro y por las selvas vírgenes de la Naturaleza y en la naturaleza de sí mismo… ‘se hace camino al andar’… el propio camino: del buen sentir al bien pensar: la salud del ‘aliento vital’. Como pude ver que lo analizas en tu comentario sobre Senel Paz: El punto de vista soy yo, el que es, parodiando a Descartes: siento luego existo”.[1]

Fueron veinticinco Autos de Fe escritos entre enero de 2013 y abril de 2019. Debo decir que cada uno de ellos era un desafío a la mente, al intelecto y al cuerpo: un tesoro para el espíritu. Yo le contestaba con otros escritos que llamaba Consideraciones, igualmente numeradas, pero llegué hasta la 18, la cual le envié el 7 de mayo de 2017. Pero eso no fue todo. Además de nuestros intereses por la filosofía, la literatura, las neurociencias (que descubrí gracias a él), siempre en un sentido evolutivo natural y cultural, disfrutábamos también conversando sobre arte, de manera particular de teatro, cine y artes plásticas. Y también de cuestiones políticas, sociales y comunicativas, cuidando siempre, sobre todo él, que no se perdiera ese aliento vital que animaba su vida y nuestra amistad.

CIENCIA DEL DESEO DE LO BELLO

Esa tertulia interminable nos llevó a otro juego: el de concebir un proyecto de una Ciencia del Deseo de lo Bello, como una manera de conciliar ciencia y arte, investigación e invención artística, y para la vida misma. De igual forma para lo que Foucault llamaba el cuidado de sí, las tecnologías del yo; y otros, una estética de la existencia. Pero como Iván Rodrigo desconfiaba de la racionalización del arte y por consiguiente de la estética como teoría del arte, consideraba que era necesario desarrollar la idea de Novalis, escritor y pensador esencial del romanticismo alemán, en torno a la imaginación, la fantasía y la invención: “Si tuviéramos también una Fantástica, como una Lógica, habríamos descubierto el arte de inventar”,[2] escribió Novalis. Ese pensamiento lo retomó Gianni Rodari, educador y escritor italiano, en su maravilloso libro Gramática de la Fantasía.

Iván Rodrigo definía la Fantástica como “los deseos y sentimientos —el eros—mediante los cuales el pensamiento se las ingenia para engendrar, gestar y procrear lo bello en lo bello”. Fueron once escritos fascinantes, eruditos, lúdicos, iluminadores, en los que la Fantástica era una suerte de método sin metodología o de no-método (¡cómo podrían serlo los deseos, los sentimientos y las intuiciones!) de esta Ciencia del Deseo de lo Bello que busca, construye y representa lo bello:

“La Ciencia del Deseo de lo Bello es aquella que conoce, sabe y guarda la memoria y el recuerdo de la escala del descubrir, acumular y perfeccionar el conocimiento y el saber; conocimiento y saber que se sienten y se obtienen en el estremecimiento sensual de la carne ante la visión y contacto con los cuerpos bellos, así como el estremecimiento sublime de estar poseído por el más trascendental de los anhelos, pasando por todos los escalones del saber actuar, saber hacer y saber inventar lo que somos y lo que hacemos. Es la ciencia que conoce y sabe de las relaciones, conexiones y correspondencias entre la vida, el arte y la ciencia y hace de ellas la acción de buscar, descubrir, acumular y perfeccionar ese conocimiento y ese saber. Es la ciencia que conoce y sabe del qué, cómo y por qué somos un cuerpo deseante y deseamos lo bello y lo bueno, porque lo intentamos, lo queremos, lo apetecemos y lo deseamos y porque guardamos y reproducimos la memoria y recuerdos de los deseos, los sentimientos, los momentos y lugares en los cuales sentimos placer y dolor. Mejor dicho, es la Ciencia de la Sabiduría” (ver texto completo).[3]

No eran estos solamente juegos verbales que él proponía y yo aceptaba jugar y comentar. Y a los que en la medida de mis posibilidades aportaba. Como jugadores decididos a experimentar, lo practicábamos en el diario vivir y las actividades personales de alguna u otra manera, haciendo sabiduría al andar, con todos los tropiezos que encontrábamos en el camino y que luego comentábamos, con todos los errores (porque es necesario equivocarse) y aciertos que tienen que darse. Era, por lo tanto, un juego entre ambos, con los otros y con nosotros mismos, en el que no pretendíamos probar nada. Sólo era, y es, el juego de la vida, en el que estamos inmersos todos los homo-humanos; y el tener una conciencia de algo que quizás lo expresa mejor el poeta León de Greiff cuando dice “juego mi vida, cambio mi vida”.  Porque vivir la vida y buscar el conocimiento y la sabiduría (que no son lo mismo), e inventar y construir ese vivir placenteramente, tiene que ser un juego para cambiar algo y cambiarse a uno mismo. No para negar lo real en todas sus manifestaciones tanto dolorosas como placenteras. Por ello me gusta repetir estas palabras de Gianni Rodari, aplicables tanto al arte de inventar historias como al de vivir la vida: “No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.[4] Al fin y al cabo, cada uno puede ser artista de su propia vida.

Después de un primer y muy extenso texto titulado “Los ingenios y la ingeniería de la mente. ‘La ingeniería social’ o la dictadura del deseo” (ver), Iván Rodrigo desarrollaba otros aspectos conexos a nuestra Ciencia del Deseo de lo Bello: lo político, realidad y fantasía, la naturaleza, teoría del conocimiento, intuición y deseo, los recuerdos, la imaginación, el laberinto. Fue una empresa fascinante a la que él se entregó en cuerpo y espíritu, como si en ello le fuera la vida.

Yo era por entonces docente en una universidad ecuatoriana y tal circunstancia me concedía un escenario perfecto para desarrollar esas ideas, desear lo bello y hacer desear lo bello de la vida, del conocimiento y de la sabiduría con y en mis estudiantes. En esa dificilísima y encantadora labor Iván Rodrigo fue el mayor motivador que pude haber tenido. Y lo fue también en todo lo demás: por encima de todo, en el enamoramiento y el amor (“ya llegará, ya llegará”, me alentaba, ¡y llegó!); en mi vida nómada, en mis viajes, en mis escritos, en mis angustias y soledades, en lo más profundo de la existencia y en lo más sencillo. En mi eterno retorno al teatro y al de la vida cotidiana. En los pequeños placeres que son los más grandes. En fin.

Siempre estuvieron presentes los libros, que él consideraba los mejores compañeros de vida, y con ellos muchos pensadores, artistas, científicos (tanto de las ciencias naturales y exactas como de las llamadas sociales y humanísticas) y otros inventores de difícil e inoficiosa clasificación. En primer lugar, estaban los maestros del pensamiento y la sabiduría, primordialmente Epicuro, Platón, Lucrecio (que supo combinar poesía, filosofía y ciencia) y Marco Aurelio; Giordano Bruno, Montaigne y Spinoza; Nietzsche, Sartre y los existencialistas; Camus, Pierre Hadot, Michel Onfray y otro francés que a él le encantaba: André Comte-Sponville; para mencionar solo algunos. Por Iván Rodrigo conocí la obra del prestigioso historiador israelí Yuval Noah Harari, al filósofo surcoreano afincado en Alemania Byung-Chul Han, a los neurocientíficos cognitivos Antonio Damasio y Michael S. Gazzaniga, a los biólogos evolucionistas Luigi Luca Cavalli-Sforza y Javier Sampedro, entre muchos otros intelectuales e investigadores. Muchas filósofas, escritoras y científicas: Sarah Bakewell, Irish Murdoch, Paula Sibilia, Elisabeth Lukas, María Zambrano, Siri Husvedt, Gioconda Belli, Juliana González-Rivera, Penelope Fitzgerald, Mary Renault, Ursula K. Le Guin, Margaret Atwood, Susana Rotker y Lynn Margulis, entre otras.

Giordano Bruno. Imagen / Dominio Público

Como ya he dicho, para Iván Rodrigo la lectura tenía que ser un ejercicio lúdico y la escritura otro tanto, por supuesto. Ello sumado a su erudición me llevó a proponerle que escribiera para la revista de la facultad. Él se negaba porque su propósito era escribir por placer, para compartir sus escritos en su blog y no para someterse a ningún comité editorial. Pero yo siempre le decía que sus propias cartas y Autos de Fe eran dignos de publicarse y que si él me autorizaba yo podría seleccionar y editar algunos que tuvieran cierta interrelación. Aceptó. El resultado fue un ensayo que mezclaba El jardín de las delicias, la famosa pintura de El Bosco, el De rerum natura de Lucrecio, las antiquísimas ruinas de Göbekli Tepe en Turquía, la rebelión hippie de los sesenta, la “ingeniería social” y el “enamoramiento de la carne y del espíritu”. En otras palabras, en esta inaudita mescolanza estábamos jugando a la Ciencia del Deseo de lo Bello. A una compañera del comité le pareció un ensayo muy interesante pero muy “friki” (extraño). Nosotros nos habíamos divertido.

Dije también que Iván Rodrigo era un maestro de la epístola. Y como yo de alguna manera lo había elogiado por ello, él me había dicho lo siguiente en uno de sus correos: “El epistolario nuestro me gusta más como bitácora. Una libreta de notas siempre abierta para anotar lo que nos impresiona de estar viviendo. O, mejor, un género literario que es como un ‘lego’ o un ‘mecano’, notas y piezas para armar cuentos y relatos, y hasta ensayos y tratados, aquello que nos importa y nos va haciendo en compañía”. Siempre, pues, nuestra Ciencia del Deseo de lo Bello.

ENAMORAMIENTO Y AMOR

El enamoramiento y el amor fueron supremos asuntos y propósitos muy a menudo discutidos e iluminados con textos que él siempre tenía a la mano, como el de Francesco Alberoni, titulado precisamente Enamoramiento y amor. En un correo me decía: “Según Alberoni, estás en el primer paso, el desasosiego (algo así como lo de Pessoa, pero regado por todo el cuerpo) y estás propenso y en vísperas de ‘ser asaltado’ por el más maravilloso estado: ‘El estado naciente’. Y si continúas leyendo, sabrás lo que te espera”. Pasado ese desasosiego escribía en otro: “Mejor dicho, me parece que eso explica la historia que ahora estás haciendo y viviendo, la que bien se puede mirar, bien desde las neurociencias o bien desde el arte, pues el enamoramiento es el estado más maravilloso, ‘encanto mágico’ y es el arte quien mejor lo expresa”. En un correo posterior, y aquejado ya por sus problemas de salud, acotaba:

“El enamoramiento ha sido uno de los grandes asuntos que enciende mi entusiasmo y al que también le he sacado provecho, pues he gozado proponiendo una que otra hipótesis descabellada y disfrutado de esa deliciosa actividad que es la del Lector Ludi. En fin, leyendo tu correo te siento y te veo, no sólo experimentando ‘el ferino furor’ del enamoramiento, sino descubriendo los misterios de la naturaleza humana, porque tal y como lo expresas, el enamoramiento es eso y muchos otros misterios por develar. Es por eso que el enamoramiento es la fuerza que mueve y transforma la materia de la carne en el espíritu del anhelo de futuro”.

Y en otro más:

“Como estado místico, el enamoramiento es ‘lo inexpresable’. Así que calla y deja que sea la poesía la que hable. (…) Al fin que sólo cada uno de los enamorados es el único que sabe y entiende de lo que hablan”. Y luego: “Esa vieja canción de los 80’s para decirte que el enamoramiento está en el mando de tu vida, es ese influjo por el que sientes lo que sientes en el cuerpo y en el espíritu: ni miedo ni soledad. Pero eso sí, unido a todo lo existente”. Y posteriormente: “¿Podríamos estar hablando de la ‘Vita Nova’? Claro que se trata de la obra con la que Dante mostró los cambios que el enamoramiento le provocaba y también la influencia de renovación que su poesía produjo en la poesía del Renacimiento. Sin exagerar, es algo parecido a lo que tu enamoramiento te provoca y también la visión de lo que está ocurriendo en nuestro país”.

Esto último a propósito de la gran protesta social de este año en Colombia.

Pero quizás el pensamiento que mejor expresaba su actitud, y la mía propia, sobre tal estado personal sea éste: “Para mí es la experiencia más intensa y transformadora que pueda vivirse, pues, a diferencia de cualquiera otra, el enamoramiento es una experiencia en la que cuerpo y espíritu son una y la misma cosa. Y, al final, seremos el mismo y otro. En y con el enamoramiento todo es posible y todo sucede porque sí con razón o sin razón, con pasión”.

Y siempre cerraba cada correo con el epicúreo “Salud y alegría”.

En la próxima bitácora de esta amistosa correspondencia me referiré a otro juego que nos propuso Iván Rodrigo: “El bosque de hombres y mujeres-libro”; y a la enfermedad y la muerte como cuestiones existenciales, transitorias y liberadoras.

Twitter: @JaimeFlrezMeza1

Notas

[1] Se refería a un artículo que escribí sobre la adaptación cinematográfica de un cuento del escritor cubano Senel Paz, El bosque, el lobo y el hombre nuevo, con guion del propio autor. El filme, elogiado por la crítica internacional, fue dirigido por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío bajo el título de Fresa y chocolate (1993).

[2] Gianni Rodari, Gramática de la fantasía: introducción al arte de contar historias. Bogotá: Panamericana Editorial, 1999, p. 13.

[4] Gianni Rodari, op. cit., p. 17

Fuente: lacoladerata.com