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Por Arturo Prado Lima
El sur de Colombia ha dado un significativo paso en lo que tiene que ver con las artes y las letras. Ha pasado de la contemplación a armarse de un bisturí agudo y largo, para abrir en canal la realidad de los objetos, los fenómenos y las personas y hurgar en su interior los mecanismos que hacen posible el silencio, la oscuridad, el deseo, la ilusión y la propia poesía.
Una muestra es, sin duda, esta Antología de Poesía Breve Nariñense que se suma a otras cuantas que me han llegado últimamente y que me llena de alegría por este despertar tan rico y tan vasto del quehacer poético de la región. Unas de las estrellas de este despertar, son sin duda, Jonathan Alexander España Eraso, Augusto Lozada Lince y H. Camilo Muñoz Chaves, quienes llenando un vacío del que siempre ha adolecido nuestra tierra, se han dado al trabajo de recopilar, analizar, publicar y promocionar la creación artística y literaria: cuento, microrrelatos, ensayo y poesía.
Ellos hacen parte de ese grupo que ya reconoce que Nariño tiene una identidad cultural propia y que sobre ella se debe proyectar un germen donde la cultura sea un pilar fundamental en la proyección hacia el futuro como región y como pueblo.
Junto a otras personas dedicadas a sacar a la luz lo que se escribe en el anonimato y a veces hasta en la oscuridad, los autores de esta antología, junto a la ilustradora Yennys Obando, y a los asistentes Diego Fernando Ordóñez Acosta, Zulay Pinto y Luis Velázquez; el diseño y diagramación de El Taller Blanco Ediciones junto a Editorial Avatares, ponen a disposición de la gente un telar multicolor para que aquel que quiera tejer, teja su propia versión de la poesía breve y actual de nuestra tierra.
Ellos y ellas nos están entregando a los lectores lo que los nuevos espíritus poéticos perciben, sienten y viven. Cómo abstraen y sintetizan los espacios y los tiempos de hoy, este nuevo despertar de la humanidad después de una pandemia larga y feroz. La vieja nueva normalidad con sus distintos colores y texturas se aprecia en los poemas, en la proclama, en las dudas y en los silencios que entre renglones acecha constantemente.
Los lectores se van a encontrar con trenes que mudan de piel en cada estación, escrito por Juan Pablo Narváez, con el vacío de las nubes que posa en la pluma de Alexis Uscátegui, y a no ver nada en el cielo de Katherine Escobar. Todos estos lamentos, ideas, fragmentos de realidad y sueños van migrando a las páginas de esta antología con sus amapolas que tiñen de sangre la historia, una estampa clara y nítida de Julio César Goyes incluida aquí.
Alejandra Herrera ve solo hierbas, sin embargo, son elementos necesarios para que la luz atraviese la oscuridad y llene los espacios de la vida en la tierra. La lejanía de Javier Villacris Villarreal nos da un punto de referencia sobre lo más cercano que tenemos a mano, como lo anota Javier Rodrizales sobre Atahualpa Rumiñawi, un personaje aparentemente lejano, pero que aparece en este duro presente a instarnos a que luchemos por nuestros derechos. Cómo la antología va tejiendo una historia colectiva y común que nos asume!
Porque las palabras con que escribimos los poemas son escombros de nuestro rostro, dice Mario Rodríguez Saavedra, y en cuanto el mundo esté convertido en palabra, lo podemos levantar, ahora sí, y ponerlo donde el poema siente que debe estar. Lo anuncia Ricardo Pantoja y Mario Eraso advierte que los pájaros marchan hacia su hoguera. ¿El mundo es una hoguera? Tal vez. Una ebullición donde la vida ha sido posible.
Es en este mundo íntimo de Francisco David Delgado Montero, donde hay un gato colgado de la alambrada cuyo paisaje poético lo completa Arturo Bolaños con una manada de caballos desbocados. Un paisaje que se asemeja mucho a los retratos escritos de Ana Victoria María Ramírez y al poema de Andrés Caicedo cuando intenta robarle al tendero la culpa del olvido. No. El olvido no podrá con los gatos ensartados en la alambrada ni con las manadas de caballos desbocados porque hay ya, plasmado en este lienzo poético, un autorretrato.
Al observar esas manadas de poemas que son los instantes de lo eterno, Andree Julieth Villota Realpe se queda quieta, y tampoco quiere que la muevan. Alejandro García Gómez la observa: es hora de confiar en las mujeres. Las mujeres ya han dejado de ver el serpenteo del humo, y lo dice a todo pulmón Mónica Viviana Mora. Ahora ellas provocan el incendio, ya no esperan a que dioses peregrinos enciendan la hoguera de sus vidas. De esta manera, con las palabras mías, se urde la historia colectiva de esta parte de la antología.
Me gusta esta manada de poemas. En ellos no solo encuentro a Carlos Palma Urbano tratando de atrapar el cansancio detrás de la puerta y a Jessica Díaz invitando a la muerte a salir de caza, a Augusto Lozada Lince a escribir sin miedo, sino también a Karolina Urbano que se siente una cornada, una silueta impregnada de carne. Turbulencias, designios, momentos álgidos y razones poco comunes: esta antología es un telar donde cada cual puede tejer su vestido a su medida.
Tiene incluso, los condimentos para prepararse su cóctel poético: el achiote de Marta Cecilia Ortiz Quijano y después brindar con un vaso de leche aportado por Daira Calero Palacios. Más tarde, con calma, iremos a la seducción de los cuerpos y al fuego.
Foto: arturo Prado Lima
Y la actividad. Es tiempo de esperanza. Edisson Martín Achicanoy se desespera porque nadie, aparentemente, hace nada por sobrevivir. Juan Esteban Rojas Sinisterra lo observa con su carne viuda, su biblia y sus rezos: es su postura para que la gente se levante a sobrevivirse y a soñar. A desmentir, que es lo mismo que afirmar, que ni la ciencia ni el surrealismo dan un peso por Fabián Paz. Que, al contrario, los tiempos y los días descifrarán el aliento del destierro en que algunos germinarán y terminarán embullidos por la magia de la poesía, el surrealismo, la ciencia y la misma vida. Jonathan Alexander España Eraso nos ha hablado desde su morada de combate y de curador de esta antología.
Como lo he dicho, todos los versos tienen su color, su textura, su volumen, su pasión y su deseo. Expuestos en estas páginas nos servirán, sin ninguna duda, cómo bien lo afirma Alejandro Pantoja Ortiz, a no tirar el anzuelo al vacío del pensamiento. Porque, aunque parece que el tiempo no nos toca y, por tanto, el reloj tampoco, Josué Segura, dice que está de por medio construir una cultura y una forma de ser del sur de Colombia y sus abnegados poetas.
Madrid, julio 12 de 2022
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