(Foto: El Cronista)

“Colombia siempre ha sido considerada un botín para sus clases dominantes”: Antonio Caballero. In memoriam

Por JAIME FLÓREZ MEZA

Tataranieto del poeta José Eusebio Caro; bisnieto del político y humanista Miguel Antonio Caro; nieto del político y militar liberal Lucas Caballero Barrera; hijo del escritor Eduardo Caballero Calderón; sobrino del periodista Lucas Caballero Calderón; hermano del artista plástico Luis Caballero; y primo hermano del educador Agustín Nieto Caballero, entre otros célebres personajes de su árbol genealógico, Antonio Caballero Holguín fue acaso el mayor crítico de las oligarquías colombianas de las que él mismo provenía, lo que hizo de él un lúcido traidor de clase y un maestro del periodismo de opinión. Nacido en Bogotá en 1945 y fallecido hace un año en esta misma ciudad, el 10 de septiembre de 2021, es uno de los más brillantes periodistas y caricaturistas colombianos de todos los tiempos.

Para miles de lectores y admiradores, Caballero era el crítico más agudo y mordaz del poder en Colombia. Gran polemista, profundamente irónico y escéptico, y a ratos paradójico, sus artículos de prensa y comentarios en entrevistas no dejaban indiferente a nadie. Fue muy criticado por su afición taurina, por ciertas posturas que lo hacían aparecer como intransigente, derrotista, contradictorio y en los últimos años misógino. Lo cierto es que era un izquierdista utópico, un anarquista y un librepensador que siempre criticaba a las izquierdas colombianas por su sectarismo, a las clases dominantes por su prepotencia, corrupción y criminalidad, a los grupos armados ilegales por su porfía e insensatez, al país por su frivolidad, a los EE.UU. por asumir el rol equivocado de hacer la guerra en el mundo y no la paz, y por su fallida guerra contra las drogas. Siempre defendió la legalización de las drogas ilícitas como la cocaína, criticó la relación tan sumisa de Colombia con los EE.UU., que no le había traído al país ningún beneficio y en cambio sí muchos perjuicios. El expresidente Uribe lo calificó de “rencoroso, resentido, rico y consentido”. Caballero decía que no era ninguna de estas cosas. Fervientemente admirado por unos y odiado por otros, fue en las últimas décadas el columnista más leído del país, al que supo, como pocos, dibujar en palabras e imágenes, haciendo de sus columnas y caricaturas pequeñas piezas literarias y de arte gráfico.

 

Caballero dibujándose a sí mismo (Foto: Portafolio)

Antonio Caballero se dio a conocer primero como caricaturista, publicando sus dibujos en la revista Cromos a fines de los cincuenta y luego en El Tiempo desde 1964, donde elaboraba una serie que se llamaba “Cartones” y que apareció hasta 1974. Después de cursar algunos semestres de Derecho en Bogotá viajó a Francia con su padre, que había sido nombrado embajador ante la UNESCO en 1966, y empezó a estudiar ciencia política en el Instituto de Ciencias Políticas de París. Fue testigo y participante en las protestas de Mayo de 1968 (que, en su opinión, no fue un movimiento serio sino una farsa). Caballero desistió de continuar con los estudios y se dedicó por completo al periodismo. En Europa trabajó con importantes medios como la BBC y The Economist en Londres, en sus servicios informativos en español, y en la recién fundada y antifranquista revista Cambio 16 en Madrid.                                                                                                         

   Antonio Caballero en los años 80

(Foto: Radio Nacional de Colombia)

Volvió a Colombia en 1976 para vincularse al equipo de la revista Alternativa, abiertamente de izquierda y oposición, aunque no militante de ningún partido, de la cual había sido corresponsal en Europa. Cuando la revista se cerró en 1980 se vinculó al diario El Espectador. En 1987 recibió amenazas de muerte por sus artículos de opinión y se exilió en España. Volvió a Cambio 16 (había trabajado antes en la edición colombiana de esta revista). A partir de 1986 escribió para la revista Semana una columna que llegó a ser la más leída del país, la cual mantuvo hasta su renuncia en 2020. En su último año de vida escribió para el portal digital Los Danieles.

Caballero dejó una obra periodística, literaria y ensayística muy importante. Su única novela, Sin remedio (1987), es una de las más sobresalientes novelas urbanas de la literatura en Colombia. En 1986 publicó Reflexionémonos: 20 años de caricaturas. En 1989 publicó el cuento infantil Isabel en invierno, dedicado a su única hija, Isabel Caballero Samper. En 1996 Quince años de mal agüero: 1981-1996, artículos de prensa. En 1997 Paisaje con figuras: crónicas de arte y literatura, que recopila sus textos de artes plásticas, literatura y música. En 1999 Este país, libro de dibujos de humor, y No es por aguar la fiesta, otra compilación de artículos de opinión. En 2000 Y Occidente conquistó el mundo, una serie de ensayos sobre el segundo milenio de nuestra era (reeditado en 2020 agregando en el título y empezó a perderlo). En 2002 Patadas de ahorcado: Caballero se desahoga, una conversación con el periodista Juan Carlos Iragorri.

El talento de Caballero lo hacía abordar distintos asuntos, con una prosa envidiable y un humor exquisito y a menudo sarcástico. Comer o no comer y otras notas de cocina (2014) es otra muestra de su versatilidad, lo mismo que Historia de Colombia y sus oligarquías (1498-2017), que primero publicó por entregas en formato digital y luego en papel, ilustrando todo el material. El oficio de opinar. Quince años de periodismo crítico (2016) fue su última antología periodística y reúne artículos de los tres lustros anteriores.

Como un homenaje a este iconoclasta del periodismo y las oligarquías colombianas, esta es una mínima selección de sus opiniones sobre algunos asuntos de los que se ocupó a lo largo de su vida.

La izquierda

“Para mí la izquierda es la libertad, o la posibilidad de la libertad, mientras que la derecha es la autoridad. La libertad es una cosa por la que hay que luchar permanentemente, puesto que no existe en la realidad. En cambio, la autoridad sí existe […]. Dicho de otra forma, yo creo que los valores de la Revolución Francesa —libertad, igualdad y fraternidad—  definen bien a la izquierda. En ese sentido, entiendo la igualdad como el derecho de todos, de cada cual, a la diferencia, y no como algo impuesto mediante la autoridad, pues, de serlo, se convertiría en un concepto contradictorio. Por lo demás, creo que la izquierda rechaza los privilegios. Y yo estoy de acuerdo con eso” (2002).

“Yo estoy en contra del autoritarismo porque estoy en contra de la existencia misma de la autoridad. Me parece inevitable, sí, pero creo que hay que oponerse a ella, luchar contra ella. […] Yo no me hice de izquierda por necesidad, como los pobres, sino por libertad y por ansias de libertad. Uno de los lastres mayores que tiene la izquierda en todas partes, quiero decir, los partidos que se llaman de izquierda, es que son producto de la necesidad y no de la libertad. […] Dicho de otro modo: yo no soy un izquierdista científico, como Marx, sino un izquierdista utópico, como Kropotkin” (2002).

“La izquierda no puede existir, en mi opinión, en el poder. Solo puede existir como contrapeso al poder. […] Es una paradoja insoluble” (2016).

“Tal vez sí [Pepe Mujica], pero sólo porque no tenía el poder sino el gobierno, que es sólo uno de los elementos del poder. Él tenía, además […] un aura de poder moral intrasmitible, como el de Mandela en Suráfrica” (2016).

El anarquismo

“La anarquía tiene montones de virtudes y de cualidades. Ahora, cuando los anarquistas mismos toman el poder, como sucedió durante la guerra civil española en ciertas regiones de España, pues son tan ineptos para manejarlo como cualquier otra persona y se convierten en autoritarios, en anarquistas de derecha. En realidad no existen ejemplos históricos de anarquistas en el poder, y que hayan seguido siendo anarquistas, pero es que es contradictorio: el anarquismo y el poder son nociones que no pueden mezclarse” (2013).

“Los anarquistas españoles (la anarquía fue muy importante en España en la primera mitad del siglo XX y la última del XIX), en cuanto se federaron (fundaron la Federación Anarquista Ibérica) dejaron de ser anarquistas. La anarquía es lo contrario de una federación o una organización” (2016).

La religión

“…yo, que efectivamente soy marxista en muchos aspectos, comparto la afirmación de que ‘la religión es el opio del pueblo’. Pero que la religión sea el opio del pueblo, es decir, que haya sido utilizada por las clases dominantes para dominar al pueblo, y embrutecerlo, y hacerlo pensar en cosas distintas de sus intereses inmediatos, no tiene que ver nada con […] la verdad de una u otra religión. […] A lo largo de toda la historia las religiones han sido manipuladas por los sacerdotes y los dirigentes de las sociedades. […] No hay nada más de derecha y más autoritario que la Iglesia cristiana […]. Me interesa muchísimo el sentimiento de asombro ante el universo, del cual creo yo que han surgido todas las creencias y las explicaciones religiosas, empezando por la invención de Dios”.

La Iglesia Católica

“Si la Iglesia Católica ha sido un lastre retardatario en el mundo entero, la Iglesia colombiana ha sido una de las más reaccionarias del orbe cristiano. Las jerarquías de la Iglesia colombiana han estado siempre al servicio de los intereses de las estructuras sociales existentes, del injusto orden político y social, y han puesto siempre el prestigio que les da la doctrina cristiana del amor, por una parte, y, por otra, el poder que les da la riqueza al servicio de lo más reaccionario que ha habido en Colombia y, en consecuencia, al servicio de que hoy estemos sumidos en un mar de sangre. Ocasionalmente ha habido algún curita extraordinario, y hasta a veces algún obispo. Ha habido curitas capaces de jugársela por la fe. Pero recuerdo más a la Iglesia Católica colombiana bendiciendo armas que oponiéndose a la guerra” (2002).

“Yo siempre había dado por sentado que el papel de la Iglesia en Colombia había sido nefasto siempre. Y he visto que no, que en los primeros dos siglos de la Conquista realmente la Iglesia fue una influencia moderadora sobre las barbaridades de los conquistadores. Y eso me ha sorprendido” (2016).

“Descubrí que en tiempos de la Colonia la Iglesia fue mucho menos dañina de lo que yo había creído siempre que había sido. En Colombia siempre ha habido, digamos, dos iglesias enfrentadas desde mucho antes de que existiera la Teología de la liberación. […] Y eso ha existido siempre desde el siglo XVI hasta los obispos que hoy denuncian las matanzas de los líderes sociales” (2018).

“A mí el Papa [Francisco] no me parece tan maravilloso como le parece últimamente, al parecer, a todo el mundo. El Papa me parece un papa demagogo, me parece un papa peronista, y demagogo en cuanto peronista. Lo aplauden muchísimo, naturalmente, hace cosas muy visibles, muy vistosas. Leo todo el tiempo que el Papa es muy valiente. Muy valiente por decir cosas elementales de la doctrina cristiana como no matarás. Me parece que es un demagogo de izquierda como Juan Pablo II era un demagogo de derecha. Y tienen exactamente el mismo efecto, se disfrazan lo mismo, se ponen el mismo sombrerote mexicano, viajan por todas partes, besan el piso…” (2016).

Las oligarquías colombianas

“En Colombia el Estado está al servicio de unas mínimas minorías dueñas no solo de las cosas, sino del Estado mismo. […] No la llamo clase dirigente, porque no dirige, sino dominante. O, mejor, poseyente, como dicen los marxistas franceses. […] He dicho que el Estado colombiano saquea a los colombianos, y que los colombianos saquean al Estado, y que los capitalistas, efectivamente, son los que más saquean porque son los que tienen mayor capacidad de saqueo. […] No sólo al Estado, sino al país, a la población. No hablo sólo del Grupo Santo Domingo, del Sindicato Antioqueño, del grupo Ardila o del grupo Sarmiento, porque eso ha sido así probablemente desde la Conquista. Los latifundistas, los grandes comerciantes de los siglos XVIII y XIX, de sombreros, o de mulas o de cacao, saquearon siempre al Estado virreinal y luego al granadino, y luego al colombiano. Bolívar lo denunció cien veces, y antes que él lo denunciaron los virreyes. Después vinieron las multinacionales a sumarse al saqueo” (2002).

“La oligarquía es el gobierno de unos pocos. Es decir, son los que gobiernan o los que tienen el poder económico. Yo ni he gobernado ni he tenido nunca poder económico. Que haya tenido tíos y abuelos y bisabuelos que hayan gobernado y hayan tenido poder económico es otra cosa, pero a mí no me ha tocado eso, no lo he probado, no lo vivo desde adentro, si es lo que pregunta. Entonces, para mí es tan desde afuera criticar a Gonzalo Jiménez de Quesada como criticar a mis parientes Holguín que fueron presidentes hace cien años. Yo no los conocí, para empezar. […] No veo que tenga ninguna responsabilidad en lo que hayan hecho” (2018).

“Puedo ser lo que se llama un traidor de clase. Es decir, una persona que ataca la clase en que nació y en la que sigue viviendo. Sí. Lo hago porque me parece que en la estructura social colombiana el abuso de una clase sobre las demás es de una injusticia que clama al cielo, tal vez mayor que en cualquier otra parte del mundo. […] En realidad lo que hago es intentar abrirle los ojos a mi clase social, mostrarle que es ciega, y que esa ceguera no sólo es criminal sino suicida” (2002).

“Colombia siempre ha sido considerada un botín para sus clases dominantes. No sólo el Estado sino el país mismo es un botín: los ríos, las montañas […]. Esto ha sido gobernado por oligarquías […] y no solo una sino varias, a veces paralelas y enfrentadas. […] Sí, se repiten, se regeneran. Y por eso en Colombia no ha habido ninguna revolución. Como sí ha sucedido en otros países latinoamericanos. En Colombia nada ha cambiado desde el siglo XVI. […] Y tampoco ha habido dictaduras porque ha sido una dictadura colectiva, y lo que ha habido no son revoluciones sino contrarrevoluciones preventivas para que no haya revoluciones” (2016).

“Los expresidentes en Colombia conservan un poder descomunal, fundamentalmente porque han nombrado a mucha gente cuando eran presidentes. Es decir, les deben muchos favores, muchos negocios y beneficios. Eso les hace conservar un poder enorme” (2016).

La corrupción

“El Estado protege el saqueo de los saqueadores de arriba […]. En Colombia, las leyes no están pensadas para la organización civilizada y justa de la sociedad, sino para la protección de los privilegios. Y cuando no es así, simplemente se las viola, impunemente. […] En Colombia, los impuestos están decretados hace tiempo. Pero los ricos pagan menos que las clases medias. Yo estoy seguro de que pago más impuestos que, digamos, Luis Carlos Sarmiento. No me refiero a las empresas de Sarmiento, sino a él como persona. En Colombia, los ricos siempre encuentran la manera de evadir los impuestos. Sólo eliminando la evasión se avanzaría mucho. Pero lo de los impuestos es una pequeña parte del problema” (2002).

“El Estado colombiano gasta la mayor parte de sus ingresos en cosas superfluas, como fragatas de guerra o campañas de propaganda, incluidas las electorales: en cosas que no les sirven sino a unas minorías, como los políticos o los militares. Y sólo gasta una porción insignificante en cosas necesarias y que le sirven a todo el mundo, como la educación, o la salud, o las infraestructuras. Eso, sin contar con la corrupción, que es descomunal. Porque lo que dice la sabiduría popular es cierto: los impuestos se los roban” (2002).

“Esto vino acompañado por la exacerbación de otra vieja característica nacional: el clientelismo como fórmula de gobierno y como único modo de acceder a los beneficios del Estado: educación, infraestructura, empleo. Burocratización creciente del Estado, con la consolidación de una clase política profesional mantenida por la proliferación de los puestos públicos. Y mezcla de las dos cosas: el enriquecimiento ilícito como fuente de consideración política. Al tiempo que se difuminaban los viejos partidos tradicionales brotaron numerosos partidos de garaje, como universidades de garaje: democratización de la corrupción. Todos los políticos empezaron a ser juzgados y condenados por algo —cohecho, enriquecimiento ilícito, asesinato— sin que eso truncara sus carreras. […] Insurgencia, narcotráfico, corrupción, neoliberalismo, paramilitarismo, clientelismo, alimentándose mutuamente en un carrusel perverso bajo gobiernos igualmente impotentes, y muchas veces cómplices” (2017).

“Uribe presidió el gobierno más corrupto en la historia de Colombia. Más corruptor, no solo en temas de dinero, sino moral” (2016).

El conflicto armado colombiano

“La lucha por la tierra es el origen de la violencia colombiana desde el primer momento. […] Lo que llevo muchísimos años diciendo es que la solución no está en la guerrilla misma, porque la guerrilla, al igual que los paramilitares, es sólo el síntoma de la enfermedad y no la causa. De modo que el problema no se arregla con negociaciones, ni con tiros. Se arregla tratando las causas de la enfermedad que son la inequidad y la monstruosa injusticia económica y social del país. Y también la exclusión política que existe en Colombia desde siempre. Porque en el siglo XIX se destruía a adversario en las guerras civiles. Pero a partir de los años 50 del siglo XX se lo ha destruido mediante la violencia, no declarada en forma de guerra, y mediante el contubernio entre los dos grandes partidos políticos que excluyen a todos los demás” (2002).

“El problema es la pésima distribución de la riqueza que hay. No sólo la privada. También la pública. […] Una parte de la fórmula sería recuperar el campo colombiano, incluso a pérdida, subvencionando la agricultura como se hace en todos los países, salvo, eso sí, en aquellos como Colombia, a los que los organismos financieros internacionales les obligan a abrir las puertas a las agriculturas subvencionadas como la gringa y la europea. […] Créame: la sola subvención de la agricultura produciría efectos inmediatamente” (2002).

“En cuanto a la mano de obra de la violencia, por llamarla así: la violencia de todos estos años en el campo colombiano ha sido en gran medida desempleo armado. Guerrillas, paramilitarismo, Fuerzas Armadas y empresas privadas de seguridad han suplido el empleo que no ofrecen ni las fincas agrícolas abandonadas o convertidas en ganaderas ni la periclitante industria de las ciudades. Y que no se compensa con el reducido empleo que ofrece lo que algunos economistas han llamado ‘la maldición de los recursos naturales’. Petróleo y carbón, dentro de lo que ha sido la tradición colombiana…” (2017).

“La invención de los falsos positivos es una cosa que no tiene precedentes de criminalidad en Colombia. Y fue una invención del gobierno de Uribe” (2016).

“Por la existencia del conflicto armado —que negaban el propio Uribe y sus principales consejeros, para quienes lo que había en el país desde hacía cuarenta años era simplemente ‘narcoterrorismo’ dentro de un paisaje que no era de desplazamiento forzoso y masivo de personas, sino de robusta y saludable ‘migración interna’—, Colombia se convirtió en una excepción en la América Latina del momento, donde proliferaban los gobiernos de izquierda. […] Colombia ya era para entonces un país de desplazados. Unos seis millones de refugiados del interior, la mitad de la población campesina, campesinos expulsados de sus tierras expoliadas por los narcos y los paras con la complicidad de políticos locales, de notarios y jueces, y de las fuerzas armadas oficiales” (2017).

Dibujo en Historia de Colombia y sus oligarquías                                                                                                                                                                                             (Foto: Biblioteca Nacional)

“Exactamente, aquí lo que ha habido son contrarreformas agrarias” (2016).

“Y eso va acompañado por una concentración creciente de la propiedad de la tierra: una tendencia que viene desde la conquista española, continuada en la eliminación de los resguardos indígenas por los gobiernos republicanos, agravada por el despojo a los pequeños propietarios en los años de la Violencia liberal-conservadora y rematada luego por las adquisiciones de los narcotraficantes y los desplazamientos del paramilitarismo” (2017).

El imperio estadounidense

“Sin duda el siglo XX es norteamericano. No sólo porque ahora sean los Estados Unidos la potencia planetaria hegemónica en lo económico, en lo político, en lo militar, en lo científico, en lo tecnológico, en lo cultural. La única súper-potencia, para usar un prefijo típicamente norteamericano. Y la única multiétnica, multirreligiosa y (a regañadientes) multilingüe. Sino también porque todo lo que caracteriza este siglo es norteamericano. El automóvil y el cine, el consumo masivo de drogas y la prohibición de las drogas, la píldora anticonceptiva, el dólar, la bomba atómica, la televisión, la silla eléctrica, el avión, la comida basura, la publicidad, la informática, los satélites artificiales. Y hasta los naturales: en la Luna flota —o al menos pende— la bandera de las barras y las estrellas” (2000).

“Yo critico casi todas las políticas de los gobiernos de los Estados Unidos desde hace 180 años: desde Monroe, digamos. O incluso, en lo exterior, desde Thomas Jefferson. Son políticas imperialistas, dictadas por el ansia de poder y por la codicia. Y son políticas dañinas, no sólo para el mundo exterior, sino para los propios ciudadanos de los Estados Unidos, salvo, claro, unos cuantos: los dueños. […] Pero, mire, yo encuentro que en casi todos los países lo peor son los gobiernos. Y en el caso de los Estados Unidos eso es particularmente notable. Los gobiernos estadounidenses han sido, digamos desde el de Thomas Jefferson, auténticos bárbaros no sólo frente al mundo exterior sino frente a su propia población” (2002).

“Yo no soy enemigo de los Estados Unidos ni mucho menos. Soy enemigo de todos los gobiernos de los Estados Unidos porque me parecen criminales. Todos. […] Es una política genocida que ha denunciado hasta la Unicef. Pero lo que quiero decir es que para nada ha servido a Colombia su sometimiento a los Estados Unidos, sino al contrario. Salvo, claro está, para las clases dominantes, para esos que antes se llamaban los cipayos del imperialismo. […] Una tentativa de independencia y de dignidad habría sido muchísimo más conveniente como se ve en los países que han tenido la decisión de hacerlo […]. Si la China estuviera sometida a los Estados Unidos, seguiría siendo el país con más hambre del mundo entero como lo era cuando estaba sometido a Occidente. […] Los Estados Unidos no pueden invadir con medio millón de hombres a cada país que les plante cara. Lo han hecho Corea del Norte, o Cuba. Y Cuba es pequeña, con poca población y está a solo unas millas de la costa norteamericana” (2002).

“Una revista [Alternativa], entre otras, muy antiimperialista norteamericana. Y eso les molestó mucho, naturalmente. Yo por eso figuro en una lista de enemigos del gobierno de los Estados Unidos, que hizo que durante muchos años a mí no me dieran visa” (2019).

Yo no conozco ninguna sucesión de gobiernos más arrodillados ante el capricho de los Estados Unidos que los de Colombia” (2019).

El narcotráfico

“Achacarle al narcotráfico la existencia de la guerrilla es una maniobra de distracción habitual en las clases dirigentes colombianas, y en sus mentores los Estados Unidos. Es cierto que el narcotráfico alimenta la guerrilla como alimenta los clubes de fútbol y mil cosas más. Prácticamente todo en Colombia, desde la construcción de vivienda hasta la propia guerrilla, está alimentado por el tráfico de drogas. […] Y como el narcotráfico existe únicamente por la razón elemental de que la droga está prohibida, y la droga está prohibida únicamente porque así lo decidieron los gobiernos de los Estados Unidos, la conclusión es que mientras los gobiernos de los Estados Unidos no legalicen la droga y desaparezca el negocio fabuloso de la droga, el narcotráfico seguirá nutriendo…” (2002).

“El narcotráfico sirvió de faro moral. Y con él, la corrupción de la justicia, de la política, del deporte, de todo lo imaginable: de las ferias ganaderas, de los concursos de belleza. Sostenido todo ello por el dinero ‘caliente’ filtrado y lavado por todos los medios imaginables, por el propio Banco de la República, y por la política misma. Como se advirtió más atrás, Colombia empezó a convertirse en una narcocracia” (2017).

“Entre tanto, nosotros ponemos la sangre de un negocio en el cual el gobierno de los Estados Unidos extrae su dinero de la población drogadicta norteamericana, y de la del mundo entero. El 95 por ciento de los 400.000 o 500.000 millones de dólares de ganancias del narcotráfico va a los bancos de los Estados Unidos. […] El narcotráfico genera mafias por el hecho de que la materia prima con la que trata, las drogas, está prohibida. […] La figura de Escobar ha sido agigantada por los medios de comunicación colombianos y sobre todo norteamericanos porque, para esa política de los Estados Unidos, es útil que el daño que causan las drogas lo represente algún delincuente extranjero conocido, que suene. No hay ningún capo gringo de la droga. ¿No le parece rarísimo?” (2002).

La legalización de las drogas

“La única solución es legalizar el cultivo, el comercio y el consumo de las drogas. Lo único que puede resolver este problema ficticio es la legalización de todo el proceso. Así se podría, entre otras cosas, ahorrar todo el dinero que se gasta en una represión inútil, en una represión que lo que produce es cada vez más adictos y más muertos por violencia relacionada con el narcotráfico, y dedicarlo a campañas de prevención y educación en el uso de las drogas. Porque las drogas son dañinas, sí, claro, para el adicto. […] Se suma el daño de las drogas mismas al daño de la prohibición” (2002).

(Foto: Pinterest)

“Para que se legalice —permítame que insista en la palabra legalizar: despenalizar es una bobería— se necesita que los Estados Unidos quieran hacerlo y se lo permitan a los demás países del mundo. Y para que eso ocurra se necesita que la droga les produzca más daño que beneficio, y eso, por el momento, no lo veo cercano. Porque el daño que les produce se limita a las minorías económicas y raciales que no le importan al gobierno de los Estados Unidos. Que los habitantes de Harlem se maten los unos a los otros por el crack les importa un carajo a los gobernantes de los Estados Unidos. Eso no les hace daño. Al contrario, les conviene porque les permite mantener una población carcelaria inmensa” (2002).

“…lo que tiene que suceder es algo parecido a lo que ocurrió cuando se levantó la prohibición contra el alcohol, que duró de 1919 a 1933. En ese entonces, el enorme daño que en forma de crímenes estaba causándole el alcohol a la sociedad llevó a que fuera relegalizado por uno de los pocos gobiernos inteligentes de los Estados Unidos, como lo fue el del New Deal de Franklin Delano Roosevelt, tras la crisis bursátil del año 29. Al hacerlo, ese gobierno resolvió un problema creado artificialmente por razones moralistas […] De modo que, para que los Estados Unidos legalicen la droga, se necesita o bien una situación parecida, o bien que se rebelen contra los Estados Unidos los países que padecen los problemas derivados de la droga y que no disfrutan ninguna de sus ventajas” (2002).

El neoliberalismo

“En el entierro del asesinado candidato presidencial Luis Carlos Galán, su hijo adolescente le pidió inesperadamente a su jefe de campaña, el exministro César Gaviria, que ‘recogiera las banderas de su padre’. Y Gaviria fue elegido presidente. La bandera de Galán había sido la de la lucha contra la corrupción, en particular dentro del Partido Liberal; pero su sucesor escogió otra: la apertura económica. Que en realidad constituía en toda América Latina el sometimiento al llamado ‘Consenso de Washington’: un consenso firmado en Washington entre el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos para imponer a estos países las doctrinas neoliberales de reducción del Estado, desregulación de los negocios, privatización a ultranza y entrega sin control de la economía —y de la vida social en general— a las fuerzas del mercado […]. Las recetas no eran novedosas: eran las mismas aplicadas en los Estados Unidos por el presidente Ronald Reagan y en Inglaterra por su compañera de baile, la primera ministra Margaret Thatcher, y copiadas después en toda Europa. […] El neoliberalismo fue la ruta económica” (2017).

“La práctica, sin embargo, no se ajustó a las previsiones optimistas. Aunque benefició a algunos sectores, condujo a la privatización y extranjerización a menosprecio de todas las empresas públicas y los bienes del Estado, desde las comunicaciones hasta la producción de electricidad. Minería, petróleo, puertos, aeropuertos, carreteras. Y en cuanto a los bienes de consumo vino una desindustrialización progresiva ante la incapacidad de competir en precio y calidad con los productos importados, que llegaría a su extremo con la firma de los Tratados de Libre Comercio con los Estados Unidos y con la Unión Europea, ya en el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, veinte años más tarde. Con la agricultura pasó igual: Colombia, que en los años ochenta del siglo XX era un país exportador de alimentos, se convirtió en importador. Ni siquiera el café pudo resistir la competencia externa (de Asia y África), después de haber sido la base de la riqueza colombiana durante todo un siglo. Y así Colombia se convirtió casi en monoexportador de recursos minerales: petróleo, carbón, níquel, oro como en los tiempos coloniales, por empresas o bien ilegales o bien en manos de dueños extranjeros. Hasta el tráfico de cocaína fue pasando progresivamente bajo control de los narcos mexicanos como consecuencia de las ‘victorias’ en la guerra contra la droga adelantada por el gobierno colombiano por instrucciones de los Estados Unidos” (2017).

El arte

“El arte, desde la poesía hasta las artes plásticas, es lo más importante que hace el ser humano. Me llama la atención que haya gente a la que no le llame la atención el arte. Yo sé que a mucha gente eso le parece una mariconada, pero en mi opinión lo único que hace grande al ser humano es el arte. […] Crear belleza: los animales pueden ser belleza, pero no la crean” (2002).

“Sí, me gusta mucho escribir sobre arte. Me gusta escribir sobre las cosas que me gustan. A mí no me gusta la política, digamos, me siento obligado a escribir sobre política por obligación moral realmente. En cambio, por placer escribo sobre arte” (2013).

Referencias

Antonio Caballero. Y Occidente conquistó el mundo. 1ª ed. Bogotá: El Áncora Editores, 2000, p. 112.

Antonio Caballero y Juan Carlos Iragorri. Patadas de ahorcado: Caballero se desahoga. Bogotá: Planeta, 2002.

Antonio Caballero. Historia de Colombia y sus oligarquías (1498-2017). Disponible en http: //bibliotecanacional.gov.co/es-co/proyectos-digitales/historia-de-colombia/libro/index.html

Fernando Gómez Garzón. “Antonio Caballero: ‘En Colombia nada ha cambiado desde el siglo XVI’”. Revista Credencial, edición 358, septiembre 2016, pp. 22-27.

Antonio Caballero con Santiago Rivas, En órbita, 2013. Disponible en https://www.youtube. com/watch?v=pFXssNmDOX8

Antonio Caballero con Álvaro García, Palabras más, 2016. Disponible en https:// www.youtube.com/watch?v=neDCMLXjKfs

Antonio Caballero con Diego Aretz, Contravía, 2018. Disponible en https://www.youtube. com/watch?v=3s1B_WwBs0k

“Antonio Caballero: la pluma más mordaz y crítica del poder en Colombia”, Los Informantes, 2021. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=-PO-zmjTrl4