Angélica Santa Olaya (Ciudad de México, 1962). Poeta, escritora, historiadora y maestra de Creación Literaria en Minificción, Cuento y Haiku para el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBAL). Egresada de UNAM, ENAH y SOGEM. Primer lugar del Concurso de Cuento Breve El Nacional 1981 y del Concurso de Cuento Infantil Alas y Raíces a los niños 2004. Segundo lugar del V Certamen Internacional de Poesía Victoria Siempre 2008 (Argentina). Mención Honorífica en el Primer Concurso de Minificción IER/UNAM En su tinta 2020. Segundo Lugar en el Concurso Semanal Crónicas de un virus sin corona UACM 2020. Mención Honorífica en el I Primer Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz 2022 Arte Poesía por la Paz y Asociación de Escritores de México. Publicada en 130 antologías internacionales de minificción, cuento, poesía y teatro, así como en diarios y revistas de América, Europa y Medio Oriente. Autora de 16 publicaciones de poesía, cuento, minificción y novela. Traducida al rumano, portugués, inglés, italiano, chino, catalán y árabe.
DON ALEX
Pareciera que don Alex es más ágil cuando va con Pao al parque; como si la vitalidad de la pequeña le fuera contagiada a través de sus pequeñas manos. Don Alex usa siempre un chaleco oscuro y una gorra estilo Gran Gatsby. Es enjuto como una fruta seca. Pao tiene las mejillas rosadas y unos ojos que brincan como canicas escapando de un bolsillo roto. Se sientan en la barca del parque y juegan a las piedritas.
─ Una, dos, tres… ¡Mira Pao una montaña! Vamos a hacer una flor que se parezca a ti ─ los guijarros se acomodan en círculo simulando una corola. Sus ojos conversan y los labios practican un juego de sonrisas que no necesita palabras. En el columpio Pao se aferra a las cadenas como cuando toma la mano de su abuelo.
─ ¿Así o más fuerte?… ¡Fuerte!, para que llegues al cielo y saludes a Dios ─ mientras el aire le enfría las mejillas, Pao sonríe y levanta las puntitas de sus zapatos lo más que puede cada vez que va hacia arriba porque quiere tocar las nubes.
Al poco rato, regresan a su casa. Se sientan en la escalerilla de la entrada. Don Alex se ajusta la gorra. Contemplan con atención una fila de hormigas que van de una maceta a otra con un valioso cargamento de provisiones.
─ ¿Ves Pao?, parecen un trenecito: una tras otra… ¡Mira cuantas cositas llevan a guardar! Su casita va a estar tan llena de comida, que no van a tener donde sentarse a comerla ─ Don Alex cierra los ojos para ver al sol sin cegarse recargado en el rincón donde las hormigas se ponen de acuerdo. Sus anteojos, relajados, se deslizan por la resbaladilla de su larga nariz. Su mano adormilada abandona involuntariamente la de Pao. La niña decide ayudar a las hormigas a trocear las hojas secas. La abuela sale y dice que la comida está lista. Pao toma la mano de su abuelo y decide levantarse hasta que él lo haga. Pero don Alex no irá a comer nunca más. Está muy ocupado meciéndose en el columpio y tocando las nubes con las puntas de sus viejos zapatos cafés.