UN ACERCAMIENTO A ALEJANDRA PIZARNIK

Por María Laura Burattini  – Argentina

 

Este ensayo de María Laura Burattinni hace parte del libro «Vuelo de Mujer», que, bajo el timón de la poeta ecuatoriana Patricia Merizalde, se celebró en París en 2020 y que continuó este año, en Esmeraldas, Ecuador.

 

Se suicidó hace casi cincuenta años con cincuenta pastillas de Seconal Alejandra Pizarnik.

Y quizás sea este dato, casi macabro, el que la posicionó en el espacio de víctima. En un espacio triste, sufriente y suicida. Una mujer que fue poco reconocida en vida, dio lugar al mito de mujer maldita de la poesía.

Actualmente, sin duda, Alejandra Pizarnik es una de las voces más singulares e importantes de la poesía argentina y de la poesía contemporánea en general.

Además una de las voces más representativas de la generación del 60. Es considerada como una de las poetas que abrió la puerta para las nuevas generaciones de mujeres poetas.

Su existencia culminó con una frase, anotada en los últimos papeles de trabajo: “no quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo/ Oh vida/ oh lenguaje/ oh Isidoro”. Nada más ni nada menos que hasta el fondo ¿de los espejos?

Su propósito residía en concretar una metamorfosis pocas veces consumada en la literatura argentina: convertirse en el personaje de su absoluto verbal.

Su obra está permanentemente abierta a la producción de sentidos.

Encerrar a Alejandra Pizarnik en una sola actitud discursiva es una negación que la empobrece. A ella, que quiso hacer el cuerpo del poema con su cuerpo.

Hay quienes le endilgan a Alejandra, como si de un disvalor se tratara, la brevedad de sus poemas y la poca exhibición del proceso para consignar poéticamente sólo el resultado sin advertir, quizás, que su obra está permanentemente abierta a la producción de sentidos, que puede dejarnos desnudos y mudos por la perfección de su escritura y por el despliegue –casi abuso- de la muerte, su propia muerte, trabajada con una maestría incomparable.

La escritura de Pizarnik es libre, transgresora y escueta. Sus versos, casi siempre sostenidos en espacios en blancos, prosa poética y poesía en prosa, se entrecruzan para dar lugar a una voz personal e íntima, ajena a cualquier tipo de formalidad.

Su recurrentes, palabras como cansancio, mar, infancia, luz, sangre, pájaro, ser, tiempo y espejo. Utiliza como metáforas el suicidio, viaje, irse.

La poética de Alejandra Pizarnik se distingue por una variedad de temas que se repiten a lo largo de su vida (el amor, la naturaleza, el silencio, la muerte) así como las distintas maneras que utiliza la voz poética para tratar el yo enunciativo, la manera en que se autorefiere en el texto poético junto a la diferencia de tonos y sobre todo, el uso del color.

Según Freud, la literatura sería una de las formas elaboradas en las que podría filtrarse el inconsciente en tanto la de representaciones que tiene su origen en una realidad psíquica incognoscible directamente y a la que sólo puede hacerse significar a través de sucesivos desvíos. Así, del inconsciente surgen pulsiones, que intentan pasar al consciente, siendo controladas o reprimidas por éste. Luego aparecen en sueños, fantasmas o imágenes, que al ser elaboradas, producirían el texto literario. Las grandes obras literarias serían aquéllas que, en las palabras del propio Freud, son capaces de mostrar, en el texto mismo, que el «yo ha dejado de reinar en su propia casa»

La voz poética de Alejandra es compleja en tanto “el yo” cambia constantemente sin autodefinirse. Alejandra Pizarnik es una poeta que nos lleva de paseo por el interior de sus otros Yo, sus otros dobles que caminan con ella a lo largo de su poética. Ellos recorren los versos de sus poemas y se desdoblan según la experiencia que la poeta proyecte en los versos de cada poema.

La voz poética puede ser un espejo incendiado o una espera en hogueras frías. Ella es su espejo incendiado, metáfora de la manifestación de pasión, erotismo de ese yo que se proyecta al espejo.

Por otro lado el espejo es un elemento recurrente que le sirve para destacar ese otro lado de ella, ese mismo que tanto se repite en sus versos.

A pesar de su corta vida y escasa obra, su paso por la poesía cercana al surrealismo, al romanticismo alemán, abrevando en los poetas malditos -sobre todo, en Rimbaud-, dejó una profunda huella.