LA COSA EN EL DESAGÜE

De Nora Guevara

Ustedes juzguen, a partir de lo que a continuación voy a contarles, si estoy loca, si soy una sicópata, si estoy en medio de una espeluznante pesadilla o sufrí un siniestro ataque psicótico del cual todavía sufro las consecuencias, porque a mí nadie me cree.

Todo comenzó hace varios meses, cuando empecé a sentir algunos malos olores provenientes del desagüe que está en la cocina de la casa que arriendo hace poco más de un año en los suburbios del gran Santiago. Esta desagradable situación fue empeorando lentamente, hasta que un día se convirtió en un problema de proporciones, al que debo agregar el mosquerío que con el tiempo comenzó a invadir la casa, especialmente la cocina.  Lo más lamentable de esto, es lo que pensé en el momento, es que cada vez es que llamaba a mi arrendataria para que lo arreglara, me decían que estaba fuera de Chile, por lo que cuando el vivir sumergida en un océano pestilente, se me hizo insostenible la situación y,  si agrego a esto que ya hace un mes  lavaba la loza y todo lo necesario para cocinar, en el pequeño baño de la casa, la situación se estaba haciendo muy poco higiénica y qué decir de dónde comía y guardaba los alimentos, en el living de la casa,  por lo que sin más que pensar, decidí solucionar el problema por mi propia cuenta, no sin antes revisar  algunos tutoriales en youtube que explicaban cómo hacerlo.

En realidad, la solución resultó ser, en teoría, irrisoriamente simple, una nimiedad que podría haber solucionado hace tiempo, por lo que esa misma noche, después del trabajo, decidí “tomar el toro por las astas” arreglarlo yo misma.  Mientras antes mejor, pensé, puesto que a esas alturas el agua no bajaba.  Removí la rejilla con un destornillador y, en el desagüe, además de la mugre, la grasa, pude ver una especie de líquido pastoso, burbujeante y espeso que subía hasta la superficie.

Luego de buscar un destornillador, unos palillos para raspar la mugre acumulada si era necesario, papel, un lavatorio de plástico y una bolsa para la mugre, saqué la tapa superior, tal como lo indicaba el video en mi celular. La tapa estaba asquerosamente impregnada una especie de mucosidad de color verde bilis, de la cual colgaba un fango negro y pegajoso de muy mal aspecto. Era tan nauseabundo que no pude contener las arcadas cuando lo traté de mirar mejor y al darme cuenta que el tubo estaba completamente tapado con esa cosa, observé el tubo del desagüe y pude darme cuenta que, al parecer, daba directo al alcantarillado, por lo que decidí sacarlo y limpiarlo afuera, para volver a colocarlo y limpiar, por fin, la cocina.  Saqué el tubo y al rasparlo logré sacar un conjunto que cosas que parecían raíces impregnadas con cucarachas, gusanos y algo que me sugerían restos humanos, fétidos y pegajosos, cuyo fuerte olor a descompuesto me hicieron vomitar sobre el mismo el fondo del conducto, también impregnado de ese compuesto. Contrariada con mi estómago y la mezcla de olores a los que agregaba el desagradable olor los alimentos agrios desparramados en el piso, decidí ponerme una mascarilla y guantes, para limpiar el repugnante desastre, pero no me fue posible, porque de improviso, hubo un corte general de luz, algo bastante común en un sector pobre como éste, en que muchas personas se cuelgan de los cables de la corriente pública para obtener electricidad.

Ya se me estaba acabando la paciencia cuando decidí intentarlo una vez más. Tomé el celular para ver mejor, pero la batería estaba crítica por lo que, tanteando, moviéndose entre una mugre resbalosa, me moví buscando una caja de fósforos y un rancio trozo de vela que quedó del último corte de luz producto de las protestas. En esa ocasión, los manifestantes tiraron cadenas a los cables del alumbrado, que hicieron cortocircuito y nos dejaron tres días sin luz, todo para poder manifestarse y hacer fogatas sin ser vistos ni capturados.  Recuerdo perfectamente que esa misma noche desapareció una adolescente de quince años que quemaba neumáticos y tiraba piedras, como parte de las acciones de la protesta, hasta que llegaron las fuerzas de orden y seguridad a dispersarlos con bombas lacrimógenas, que tiran desde los llamados guanacos y carros lanza aguas, también llamados zorrillos por los manifestantes, ya que arrojan aguas contaminadas mezcladas con gases a las personas para que tengan que ir por ayuda y abandonen las calles.

Regresando al tema, encendí la vela, la puse junto al lavaplatos y así, recostada sobre la mugre, humedecida con esos líquidos inmundos, metí el palillo por el espacio que da directo al desagüe, un espacio bastante estrecho en el que con suerte cabe mi puño y comencé a limpiar, empujando hacia abajo una cosa blanda y espesa, hasta que sentí, de la nada, un leve tirón y el palillo quedó atascado. Algo sorprendida por la sensación, decidí echar agua con el lavatorio, para limpiar los que había logrado soltar, pero fue peor, el desagüe se tapó y un agua pestilente comenzó a salir hacia arriba, saltando sobre mi cara.

Más asqueada todavía, vomité sobre los restos de verduras podridas, de grasa y otros alimentos, ya que en la posición en que me hallaba, de bruces dentro del mueble de cocina, no alcancé a salir y, apenas terminé de maldecir mi suerte sentí un eco que provenía del desagüe. Era un sonido lejano, débil y confuso, que semeja a una queja de dolor, casi un alarido. Abrumada y llena de terror, me arrastré hacia afuera, moviéndome como un sapo sobre toda esa asquerosidad acumulada que se me había impregnado en las piernas y las manos, pero esta vez no vomité, porque el terror me paralizaba.

La vela continuaba encendida a un costado del desagüe y miré hacia la vela, que parecía sisear debido a una leve brisa que emergía de las profundidades de la alcantarilla. Luego miré hacia el desagüe y pude notar que una mano humana, destrozada, deshaciéndose, con las uñas descarnadas, salía desde ese hoyo mientras lo que era un eco se transformaba en un grito brutal, un aullido gutural, que me heló la sangre.

Me hice de todo en los pantalones y resbalando en mi propia mierda, logré ponerme de pie y salir corriendo de la casa, pidiendo ayuda entre alaridos de loca y ahora, aquí me tienen, en urgencias, encadenada a una camilla, con dos guardias apostados en la cama, guardias y personal que me observa con el mismo asco y la misma repugnancia que yo sentí cuando vi manifestarse esa mano repulsiva en el desagüe de la casa, pero nadie me cree. Dicen que se me acusa del asesinato de una quinceañera cuyo cuerpo putrefacto apareció en la cocina de la pequeña casa.

He oído murmurar a los auxiliares del aseo que comentan lo que se informa en las radios, en la televisión, en Instagram y otras redes: que la maté en mi propia casa y que la observé por meses pudrirse en la cocina, que era una enferma y que traté de deshacerme del cuerpo arrojándolo a la alcantarilla, que por eso la destruí, haciendo un gran hoyo en la cocina y, aunque lo he negado una y mil veces, nadie cree lo que digo. Solo me miran con desprecio, como a un bicho repulsivo del que hay que alejarse para no pegarse una enfermedad. La mayoría me mira con un miedo visceral. Por mi parte, desde ese día me niego a ir al baño y a cualquier parte en que haya un desagüe, por el miedo a volver a escuchar ese eco de ultratumba que me avisará que otra jovencita inexperta, que fue asesinada, luchó arrastrando su cuerpo putrefacto hasta la superficie para que encontrarme, pidiendo que se le haga justicia, sin sospechar que la justicia no existe y que, a mí, simplemente a mí, me acusaron de asesinarla y tener su cuerpo por meses en la cocina de la casa. A mí, a quien nadie escucha, porque es más fácil culparme de un crimen que no cometí, apresarme por años y cerrar el caso que seguir buscando a un asesino anónimo que probablemente vaga por allí acechando a su próxima víctima, mientras los oficiales y médicos se entretienen comentando los pormenores más monstruosos del caso con la prensa.

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Nora Guevara García (1963, Santiago de Chile), escritora, Profesora de Lenguaje de Enseñanza Media y poeta es Embajadora de la Palabra de la Fundación César Egido Serrano (España), miembro de ELILUC, Encuentros Literarios (Estados Unidos) y de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna (en EEUU).  Sus trabajos han sido publicados en varios poemarios en Chile, Estados Unidos, Rumania, Colombia y España, entre otros países. Mezclando educación y poesía, hizo entrega a la comunidad educativa, y en forma absolutamente gratuita, el libro “Manual de Género Lírico” que presenta propuestas metodológicas para trabajar poesía en el aula con escritoras y escritores contemporáneos. También ha publicado 7 textos con metodologías de la educación para enseñanza media y de preparación para el ingreso a la universidad. También comenzó a cultivar la pintura al óleo de forma autodidacta por necesidades terapéuticas, logrando una excelente acogida.

Publicaciones personales:

  1. Género poesía. 2015
  2. Relato infantil. 2022
  3. Relatos de lo cotidiano y lo fantástico. Género narrativo.  Inédito
  4. Los señores de Aldebarán. Novela.

Antologías internacionales gestionadas:

  1. Antología Internacional 100 años de Violeta Parra.
  2. Antología Internacional Gabriela Mistral.
  3. Proyecto Internacional Hacer cultura en Comunidad.

Como gestora cultural ha organizado lecturas colectivas desde el año 2015 para el Día Internacional de las Mujeres en la Plaza Dignidad en Chile, lecturas en el monumento a las mujeres detenidas y asesinadas en dictadura y lecturas por la liberación de la machi Francisca Linconao. También ha publicado dos antologías internacionales en homenaje a Gabriela Mistral y a Violeta Parra y actualmente trabaja en el proyecto colaborativo HACER CULTURA EN COMUNIDAD.