Defensa Rodolfo Lobo Molas

De entre los soldaditos de plomo con cola de sirena, uno sobresalía sentado en un caballito de mar. Desde allí ordenaba al ejército de peces espada para la batalla contra los pescadores. Cuando fue izada la red a cubierta, no entendieron por qué estaban los hilos cortados.

Disparo Rodolfo Lobo Molas

Apuntaba buscando un buen ángulo. Apareció de golpe y disparé sin dudar. Ella quedó quieta, inmóvil para siempre, dentro del marco de una fotografía.

Juegos

Ajenos al fragoroso ruido que hacían los adultos con sus juegos de grandes, los pequeños hacían ruido con sus juegos de niños. Fútbol, para atajar un penal cada uno.

Cuando Jacob hizo su lanzamiento, Muhamad se estiró pero no llegó a detener el balón: su cuerpo destrozado yacía al costado del improvisado arco.

Jacob corrió hacia el sector judío. Algunos palestinos corrieron a levantar a Muhamad…

El canto de las sirenas

Ulises no amaba a Penélope e inventaba viajes para alejarse de ella, aunque de tanto en tano volviera a Ítaca.

Aquella vez en que regresaba del castillo de Circe no necesitó taparse los oídos con cera, pues el canto de las sirenas jamás perturbaría su espíritu, ya que en ese entonces mantenía un apasionado romance con Penémacros, el más joven y apuesto marinero de su tripulación.

Culpable

Ella era la culpable. La única culpable y lo sabía. Él ya se lo había dicho infinidad de veces con cada golpe, con cada insulto. Y como se sabía culpable siempre lo perdonaba cuando él, aplacada la ira, también le pedía perdón.

Incluso aquel día en que un impulso desconocido la llevó a rebelarse y aunque fue en defensa propia, le pidió perdón por última vez, antes que cerraran el féretro.

Noticias policiales

No fue posible encontrar el arma homicida. Su suicidio había sido un crimen perfecto.

Lejana navidad

Sabiendo que lejos, en la Tierra, es 24 de diciembre, sentado en su sillón luego de una nueva puesta de sol, el Principito mira hacia el infinito por si ve pasar, rumbo a la Tierra, un trineo con renos.

El columpio

El hombre llevaba a su hijo todas las tardes al parque a mecerse en el columpio. Al anochecer detenía el movimiento, y llevaba al niño, feliz, corriendo y saltando, a su última morada.