Jaime Flórez Meza 

MI NOMBRE ES ALE: UNA MIRADA PARAGUAYA DE UN CONFLICTO DE CLASE Y GÉNERO

Por JAIME FLÓREZ MEZA

Mientras veía desde mi confinamiento en Colombia la comedia Mi nombre es Ale, transmitida on line el 20 de mayo por la Dirección General de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Asunción, me acordaba de El sirviente (1963), ese magistral filme de Joseph Losey con guion del dramaturgo y escritor británico Harold Pinter (Nobel de Literatura 2005), que recreaba la relación demoledora entre un mayordomo y su amo, un aristócrata inglés arruinado y en decadencia. Porque, guardando las debidas circunstancias y proporciones, lo que hicieron los estudiantes de la promoción 2018 de El Estudio (escuela de artes escénicas con sede en Asunción, Paraguay) fue, de alguna manera, construir una obra de teatro que desnudara el conflictivo entramado de relaciones sociales y afectivas entre una madre pudiente, clasista y rígida, y un hijo ausente y rechazado por su condición homosexual, con ocasión de su cumpleaños. Además, la celebración es secundada por una confianzuda empleada doméstica, que llama a un despistado amigo suyo para que le ayude a atender a las invitadas: tres peluqueras, compañeras de trabajo del hijo, una vecina indelicada que se cuela en el festejo, y una mujer de una secta cristiana que anda de puerta en puerta con el propósito de evangelizar, aunque su verdadero objetivo sea obtener recursos económicos para su grupo. Otro personaje que termina involucrado es un plomero, que resulta ser un inmigrante caribeño.

En un contexto sociocultural paraguayo, que los estudiantes investigaron detalladamente para construir y representar cada uno de los personajes, la señora de casa confronta su status con una serie de personajes populares que invaden y alteran su vida, su orden, sus afectos, su posición social –como lo hace el mayordomo de El sirviente–, dentro de una situación límite como es la de buscar una reconciliación con su hijo, de quien no sabe realmente qué ha sido de su vida. Podría decirse que cada personaje es un arquetipo: la mujer elitista, la desenvuelta empleada doméstica, el joven tímido de extracción campesina con dificultad para hablar el castellano (toda vez que el guaraní es su lengua materna), la vecina intrusa y chismosa, las compañeras de trabajo estridentes, el joven plomero inmigrante, la cristiana hipócrita. Y, por supuesto, el hijo despreciado por su orientación sexual. Sin embargo, esa relación discriminatoria parece reproducirse en la que la madre mantiene con su empleada y los demás personajes subalternos que se suman a la celebración de un cumpleaños que pretende ser un reencuentro con el hijo perdido; que ya no es Alejandro sino Ale, la peluquera, una ciudadana transgénero.

Muy buen trabajo el de todo este equipo en cuanto a guion, adaptación audiovisual, dirección, actuación, fotografía y dirección de arte de una pieza escénica que, en clave de comedia, muestra que la tolerancia y el respeto a lo diferente, a lo diverso y a lo popular sigue en la agenda cultural, social y política de nuestros países, pese a las resistencias de los sectores conservadores.

Invito, pues, a apreciar este trabajo.

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